Hoy es unos días en los que la montaña rusa que es la vida lo deja a uno de cama. Pero la cama verdadera es una mezcla de muchas otras cosas. Supongamos, por no entrar en detalles, la patita fuera de la sabana, las migas por esa maldita costumbre por comer en la catrera, el olor a somnolencia y otras pestilencias, el libro del poeta que vive en la mesita y no se deja leer, el reloj que se detuvo en una hora infausta, el polvillo que se cuela por las ventanas, la sinfonía de malas y repetidas noticias en el diario viejo, el cenicero lleno por la mitad, el faso a medio fumar. Y no agreguemos a la desprolija enumeración todas aquellas posibilidades que nos provee el mundo de los sueños, que aunque sea por el efecto visual y táctil, a falta de sensaciones odoras, es capaz de incrustar nuestras narices de arrebato en la perfumada atmósfera de un asado de tira, con molleja y riñoncito.
Ciertamente, ahora que lo pienso, porque tengo esa maldita manía de pensar las cosas después de haberlas escrito, con el agravante de que me escudo en las licencias poéticas (o prosaicas) para velar las imprudencias gramaticales y alguna que otra tilde rebelde. Decía -y lamento caro lector si no sos capaz de seguirme la corriente tipográfica- o quería decir antes de escabullirme por el incierto camino de la disgresión innecesaria, que a mis sueños le faltan los olores, y si desgraciadamente en alguna ocasión me he despertado creyendo escapar de un aroma a cloaca galopante fue porque efectivamente los monstruos que residen en las cañerías avanzaban en tropel y todo por ahorcarme nasalmente.
Es precario el mundo de los sueños si no son capaces de oler por sí mismos. Bien que todo sueño que se precie está plagado de sensaciones que sólo forzosamente encuadran en los cin-co-sen-ti-dos convencionales y que nuestra poca creatividad a la hora de querer pintarlos o dibujarlos o decirlos o excretarlos nos ha privado de componer una enumeración de sentidos más generosa que esta tan flaca de la que nos ha provisto el pulpero estafador que atiende nuestros reclamos cada muerte de obispo.
Y como hoy era uno de esos días en que la cama se convierte en el habitat más apropiado para el pertinaz inservible que existe en el cuerpo de todo intelectual que se precie, quise no darme el gusto. Y, oh sorpresa, por un par de horas y sólo por ese lapso, lo logré. Que mis logros son efímeros y bien sé que es nuestro deber construir sobre estas arenas creyendo que que son roca. Y la derrota es segura, casi tanto como la siesta que me espera y que deseo me depare el palpitar de un corazón que no me ponga nervioso, un abrazo líquido y fresco, el tango aquel que hace tanto que no me pasan en la radio y a vos, chiruza que me tenés descalzo en los sueños. Sólo en los sueños.