miércoles, junio 30, 2004
martes, junio 29, 2004
sábado, junio 26, 2004
I
Sabés qué?. Viene llegando el tiempo de dejar de buscar explicaciones, esta mentira cotidiana es como una canción: hay que cantarla, no hace falta entenderla, descifrarla, reducirla a sibemoles. Puedo apreciar cuan bello es tirar la piedra en el estanque y hundir mis ojos en pos de hallar en el fondo un mensaje pero sería de nuevo un idiota. Mejor la perfección de los círculos que peregrinan del centro a los arrabales sin estorbarse. No tengo más piedras, ha sido la última.II
Voy a entregarme al abandono por un par de días. Se me olvidó en alguna esquina de mi adolescencia un papel y me han ordenado en mal tono que no vuelva si no es con él. De algún modo están suscribiendo un desafortunado dicho mío: nada puede existir si no está escrito. Pude saberlo con claridad una vez. La vi por la calle un día cualquiera, de esos en que uno se entrega a buscar algo que no sabe qué es y recorre establecimientos comerciales en vano. O tal vez no tendría nada para comer y salí a gozar mi único cigarrillo del día con la cara desnuda al viento y estaba ahí. Me miró con esa sonrisa que no habrá podido censurar el velorio mejor organizado. Llevaba un carrito de bebé, eso sí lo recuerdo. Quizá estaba acompañada. A lo mejor sería un esposo de buen porte, pero no pude ver más. Dar de lleno mi vacío contra esas mejillas rosadas de frío y de vitalidad me alejó por completo de todo cuanto podía existir en este mundo. Si fuera pintor, al evocarla hubiera puesto un par de manchas rosadas sobre una escala de grises. El rosa cierto, el resto borroso.III
Tal vez grité, o salí corriendo. Habré pegado un giro violento sobre mis talones, como quien recuerda de golpe haber dejado una cacerola en el fuego o siente un pinchazo en el pecho.IV
De nuevo en casa, desarmé un par de cajas en las que guardaba retazos de historia y encontré una agenda vieja, de tapas violetas. Decía por ejemplo:Febrero 16
Me preguntó si me faltaba mucho para recibirme. Lo habrá adivinado en mis ojeras y en las carpetas que cargo debajo del brazo. No sé que dije. Una semana es mucho y diez años pueden ser poco. Le compre dos mignones.Febrero 21
Le cambiaron el uniforme. El verde la hacía más gorda. El rojo le sienta bien, hace juego con su cara. Y ese pelo, tan largo, tan rubio. Debió darse cuenta que me quede cien años mirándola. Nunca sabrá que tejo redes con mis ojos y algo de ella me llevé y lo puse bajo mi almohada.Febrero 24
Me dijo que se llama Lía y que está cansada de decirme flaquito. Atribulado como estaba, le pedí que me repitiera su nombre. Me estorbaba el Tratado de Finanzas Públicas de Dino Jarach. Pocos estorbos de este tamaño dijo mi torpeza que no era pequeña.Marzo 3
Nos encontramos en la calle. Ella salía de trabajar y yo volvía a casa. Cambié abruptamente mis intenciones, la acompañé al kiosco, fumamos un cigarrillo a medias y no es que nos faltaran.Marzo 8
Me acerqué a su puesto en el súper haciéndome el tonto. Me tiró un trapo sucio desde lejos reclamando su saludo. Quise abrazarla, era lo apropiado. Nos besamos las mejillas y quise que hubieran besos que no marchitasen nunca.Marzo 12
Me dijo que tenía ganas de ver Pecados Capitales. El jueves paso a buscarla a las ocho y cuarto.V
Me cansé de leerme. Mi caligrafía fatiga al ojo mejor dispuesto. Algo había pasado alguna vez. Era cierto el pinchazo en el pecho o el nudo en el estómago. A ese diario le faltaban varias hojas.VI
Voy por el papel y vuelvo. Que estén todos muy bien.viernes, junio 25, 2004
Pobre Alejandra
París, 14 de julio (ALLONS, ENFANT DE LA PATRIE...) de 1965
Alejandrísima: (...) Tu popularidad secreta puebla las terrazas del barrio latino. Hay un pintor que firma Piza; otro Arnik. Hay un cóctel llamado Alexandra. Un infame plagiario llamado Hesíodo ha publicado un libro que se titula “Los trabajos y los días”. En el patio de casa, debajo de la pawlonia, juega una gatita negra que imita tu manera de abrir grandes los ojos. Ya ves no te pudiste ir.Julio(*)
y a partir de eso comienza el violento descenso hacia algo que aunque ya nos tuvo entre sus vísceras no acabamos de conocer. (*) extraido de Córtazar, Julio, Cartasjueves, junio 24, 2004
miércoles, junio 23, 2004
martes, junio 22, 2004
lunes, junio 21, 2004
viernes, junio 18, 2004
sobre elementales la 4 vida nociones
jueves, junio 17, 2004
miércoles, junio 16, 2004
No sabía que hacer con el fajo de billetes que había cobrado. Eran muchos papelitos verdes, un poco arrugados, quién sabe por cuántas manos habrían pasado, qué oscuros funcionarios los recaudaron, los recontaron, los repartieron, los rejuntaron. Antes de tenerlos ahí, su bolsillo no había sido más que un nido donde las pelusas se guarecían de las inclemencias de la vida vulgar y los físicos no hubieran sabido explicar cómo es que no acababan de caerse por alguno de los múltiples agujeros, esquivarle a los bellos de la pierna, al olor de las medias, al polvo de los zapatos para ser al fin libres, hijas del viento. Se encontraría, al cabo de unas pocas cuadras con un amigo, pichón de rufián como él, para idear que hacer con tanta plata. Al otro de seguro le sería fácil pergeñar una estrategia que los hiciera perdurar en la abundancia. No es al pedo que los filósofos de cafetín suelen decir que lo complejo no es llegar sino mantenerse. Mierda que había sido arduo llegar. Pasar por alto los dilemas éticos que le carcomían el alma, o al menos eso sentía él que eran esos dolores en la boca del estómago sino dónde cuernos es que tienen el alma los que saben más de hambrunas que de pases mágicos, de golpes de efecto y fuegos de artificio. Y todo para ahora, con el fajo de billetes apretado por su mano izquierda contra su virilidad hedionda, caminar casi a los saltos, mirando para todos lados como si fuera un ladrón en plan de fuga y no, no era nada de eso. Era apenas un buchón que había entregado a un grupo de conjurados, sus amigos, a cambio de unas pocas monedas que sabían a millones de pesos en la vecindad de su mundo de pelusa y agujero. Cruzó la calle al trote y sintió que algo le chorreaba en la espalda. No se dejó creer que fuese su propio sudor el padre de ese manantial tibio y pegajoso. Se dio vuelta en medio de un mar de vértigo con el tiempo suficiente para mirar que era una auto rojo, cargado de niños, la fuerza que ahora lo aventaba de cabeza contra el soberbio poste de alumbrado y no son ya las pelusas sino los billetes los que vuelan libres al viento provocando las corridas de los transeúntes ante la indiferencia de la calle de nuevo desierta que no pierde un segundo de su apurado tiempo en ver al perro que levanta una pata junto al poste y lo mea como si nada hubiera pasado.