sábado, agosto 28, 2004

De a ratos (no te rías) los truenos se arremolinan y yo arrellanado en mi sillón me arrebato. Pienso en el trabajo y en los atrasos que traigo conmigo cada vez que traspongo esa puerta que estoy a punto de odiar. Pero si el odio se mezclara con los truenos, el ruido no regaría el campo y recuerdo que no hay peor pecado que cortar la dulce penumbra con un relámpago tajo de la noche y ni siquiera. Roto no es igual que descosido. Lo tétrico sólo a veces es patético. Revancha no es el nombre que le pondría a mi vida pero de a ratos no estoy tan seguro. Sí, muchachita. Somos presas de un dios un poco vago, que gusta de hacer su trabajo por la mitad. Entonces a poco de andar el camino uno cae en la cuenta de que ya tiene una historia de la cual no es autor sino protagonista y sin comerla ni beberla. No es extraño que las pesadillas tomen por asalto al sueño y miremos en dos dimensiones las faltas que hemos cometido o los castigos que nos esperan. Nada de eso. Este dios atorrante ha sido copiado al mal escritor que decía glosar las páginas de un enorme libro inexistente, fingiendo con todas sus fuerzas que existía. Así nuestro dios nos ha convencido de que venimos de otra vida en la que hemos sido traidores y para nuestros adentros sentimos culpa y queremos tener memoria de algo que otros dicen pero nosotros nunca hemos visto. Tu pena y la mía escriben con lágrimas las páginas del libro imaginario. Es buena hora de matar a ese dios. Y ya tengo la coartada. Un día de estos que han pasado, un amigo mío un poco fascista, me decía que es buen tiempo de que le pongamos orden a este país, que esto y que lo otro. Bah. Cosas escuchadas hasta el cansancio. Yo me río un poco de él. Como están las cosas, ser facho es una excentricidad que sólo se permiten algunos transgresores. Hablo de los que pueden elegir, claro; hay otros que lo tienen enraizado en la médula espinal y extirpar ese cáncer es algo más complicado. Unas semanas antes, este mismo amigo, me explicaba un mecanismo excelente para evadir mis deudas actuales y por venir con el fisco. Es cosa seria. Todos queremos empezar un día con la legalidad. Pero si es posible el lunes y que sea otro el primero de la fila.

viernes, agosto 27, 2004

Mi resfrío me desconcierta. Por las mañanas aflora con toda su virulencia y de mi nariz cae un río interminable pero es cosa de hacer un poco de fiaca, dejar que crezca un poco la mañana y ya no puedo contenerme y me lanzo a la vida como casi siempre, sólo que gambeteo las deficiencias de calefacción con una bufanda (u eso dentro de mi buhardilla!). Por lo demás, todo tiene el amargo sabor de la espera. Que la primavera, que un llamado de teléfono, que los exámenes, que alguna oferta laboral tentadora, pero siempre ahí y el teléfono callado y la espera que se amasa entre mocos y aumenta la fiebre. Quizá ése sea el único problema: reducir la existencia a la mera esperanza, como si uno fuera uno de esos católicos recalcitrantes que dicen capear el temporal con la convicción que les da saber que hay algo, detrás del muro que custodia a las lápidas, que va a dar vuelta la torta, pero después, siempre después. Ahora es eso y al que no le gusta se calla, que no son estas horas las de andar protestando. Además, la Plaza de Mayo me queda un poco a trasmano y por lo que cuentan se ha convertido en un gigantesco baño público que no respeta las mínimas normas de privacidad. En este tiempo, que para mí es el tiempo de la espera, en otros lados es el tiempo de la protesta, que mi trabajo, que mi subsidio, que mi cuatro por cuatro... Me dio risa escuchar que también se han manifestado los defensores de los animales, que ahora promueven la prohibición de los animales en los circos y del otro lado de la cerca los que querían proteger su fuente laboral. Los circos, qué sé yo, no me gustan, así que para mí es casi lo mismo; pero me jode redondamente que haya gente preocupada por los derechos de los animales cuando los derechos humanos están tan pisoteados. Y los derechos humanos son de los humanos (de aquellos seres que tienen rasgos de humanidad, creo que dice el Código Civil) y no sólo de los que se portan bien. Y ahora a esperar el partido. Cuatro de la mañana. Linda hora, no? Ta mañana.
Las piernas más largas del mundo no alcanzan a llenar el vacío que media entre mi espacio y lo lejos, lo desierto y el vaso de agua fresca. No obstante hay una provincia vecina a la razón (que no se porque me atrevo a traer a esta frase) que me dice que si todo no deja de girar como parece, llegará un tiempo en que beberé de la pierna y mitigaré el desierto aunque tenga la nariz hundida en la arena. Y que eso no es todo.
No es novedad que el mundo todo, en la medida que nos está dado acceder a él, es decir en la medida que uno es capaz de sumergirse en lo absurdo de una esquina puesta justo al final de la calle (o en un cantero ubicado donde nuestros ojos prevén el verde), está plagado hasta el escándalo de situaciones absurdas. Los alegres, los que trepan rápido la cuesta, los que viven la vida a lo ancho, esos se mueren primero. Es como si en la información genética que les viene grabada en algún recóndito espacio que nunca ve la claridad del sol estuviera escrito (y sólo ellos lo supieran) que será corto el recorrido y por eso no se dan tiempo al recreo de deprimirse, de hacer un alto para mirar la hora o diseñar la perfecta estrategia. Ellos avanzan como por inercia y en su vértigo no dejan a un costado las risas que tienen de sobra aunque en sus adentros los embargue la mayor de las angustias. Ellos dirán siempre que sí al molesto amigo que pide una vuelta más de ron y le mezquinarán horas al sueño con tal de contemplar el amanecer en la playa por el cierre de una carpa. Están predestinados y sólo ellos lo saben. Por eso pasan en vuelo rampante por nuestras vidas y nosotros, los comunes, los soldados, los tildamos fácilmente de locos de la guerra y cuando se van nos quedamos contando las migajas de lo que para nosotros no pudo ser de tanto buscarle quintas patas al gato.

comunicado parroquial

Esta bitácora se encuentra pronta a entrar en reformas, apenas me den un poco de ganas y tenga algo de tiempo como para dedicarme a ella. Les agradezco las muestras de consuelo pero no se alegren que no voy a dejar el mundillo blog, ni mucho menos. Como ha quedado claro en estos catorce meses en el aire, si hay algo que me gusta es escribir, no porque me sienta especialmente bueno para hacerlo sino tal vez por sentir exactamente lo contrario: me gusta mucho invertir mi tiempo en tareas innecesarias, que me absorben por completo sin que yo pueda destacarme. Nada más placentero que infringir los límites de la propia mediocridad con la estocada de lucidez que nos ataca de vez en vez. Y para eso nada mejor que un weblog, que tiene la singularidad de acumular esos momentos en un archivo, guardando el orden del tiempo externo. Hace unos años, cuando yo desconocía de la existencia de este medio, pasaba gran parte de mi tiempo escribiendo larguísimos correos electrónicos que en la mayoría de los casos me sirvieron para abrir mi cabeza y penetrar en lo más hondo de mí. Con el tiempo sucedió que quizá me dí cuenta de que a mi interlocutor no le interesaba tanto lo que yo escribía como a mí mismo, como suele pasar en los casos en que alguien monopoliza la conversación (esto no es una cosa muy diferente de una charla en la que no nos vemos las caras) y el otro acaso bostece en la medida en que uno marcha cuesta abajo en el divague hasta arribar a sitios disparatados. Y todo para qué? ¿Para llenar los huecos vacíos en las reuniones que se hacen largas? Quizá. ¿Por la presunción de que sólo puede pensarse con alguna certeza en la medida que se lo verbaliza? Acaso. ¿Para mejorar la circulación sanguínea de las adyacencias del cerebro? No me atrevería de decir tanto, pero sí que se logra el propósito de quitar la pereza de la comodidad en el raciocinio que se da cuando uno asiste a la propia quietud. Sé que esto es sólo un medio y como tal cuenta con el nada despreciable atributo de tener lectores. Pocos o muchos, poco importa eso. Tal vez sea preferible que (autores y lectores) seamos pocos y que podamos forjar un vínculo fuerte, una suerte de compañerismo que no podría lograrse en el caos enajenador que supone la muchedumbre. Así que mi querida tropa lectora, no me voy nada. Quedan Uds. debidamente notificados. Y ajústense los cinturones que hay que pasar la primavera y aunque un blog sea sólo un blog, es mejor que el perpetuo silencio.

jueves, agosto 26, 2004

Acabo de recibir la sugerencia de la ex blogger Lucía (en este acto aprovecho a conminarla a que vuelva al lugar que le pertenece y que nadie se ha atrevido a llenar) a que deje de hablar de mi blog “como si me quisiera divorciar”. Y no está mal. Decir que me quiero divorciar de él es un modo poco elegante de decirle que necesito tiempo, que estoy confundido, que no es él, que soy yo. Aire necesito. ¿Está mal eso? ¿Puedo aburrirme con mi blog y sin embargo no querer dejarlo? Claro, che. Quizá no sea mala idea prestar este blog a alguien que me preste a cambio el suyo y después sí, volver con todas las ganas o cerrarlo sin miramientos. Es una pena que eso no sea una idea mía sino una afanada de Cortazar (ver Vientos alisios, en Alguien que anda por ahí).

miércoles, agosto 25, 2004

No puedo dejar de pensar en una reverenda idiotez: cada vez que me paseo orondo con mis carpetas bajo el brazo o me pongo ante el sol de la ventana a castigar mi intelectualidad con los vericuetos de la bancarrota no puedo más que delirar con lo lindo que es estar en la cama, taparme con todas las frazada que tengo, y dejar asomar un pie como para no perder la costumbre de ir también un poco contra la marea. Pero hace apenas unas seis horas que comencé a hacer reposo para mitigar la primera gripe de este invierno (sí, última semana de agosto, justo cuando pensaba que este año me retiraba invicto) y junto un par de almohadas y me compro esas sopas buenísimas que vienen a la medida del caballero minusválido y sólo hay que echarles agua y ya están, con pedazos de zanahoria flotando y todo!. Y sí que no es lo mismo. Si el recipiente que uso es el chopp que me afané de pub careta y está acostumbrado a alojar cerveza negra y berreta. Pero en fin. La noticia es que ya odio la cama y todavía me queda enfrentar la noche, y seguro que no voy a poder dormir y entonces voy a agarrar cuatro libros y los voy a dejar debajo de la cama, al alcance de mi mano y no voy a leer ninguno, también voy a acercarme el bloc de notas y la lapicera roja (que es la única que responde a los mandos naturales) y tampoco voy a escribir nada. Así que si me disculpan (y si no, también, qué mierda), me ausento por unos días, los que me duren la fiebre, los mocos, la tos y las ganas de tomar sopa de sobrecito.
Cuenta la leyenda que luego de comer el fruto del árbol de la vida, Adán y Eva supieron que estaban desnudos. Algo parecido debe ocurrirnos cuando somos niños. Cuándo es el preciso momento en que nos entregamos a la fatalidad de saber que los placeres de la vida se compran en el kiosco de la esquina, que es cuestión de juntar algunas monedas, de esas que los grandes tienen en cantidad y sin embargo se encargan de acumular hasta que les estorban, y decirle a papá vamos al cosquio, quiero comprar caramelos. El tiempo que es cruel y es poco un día les dará a esas pequeñas almitas la satisfacción de juntarse con la primera plata propia, la hija de su esfuerzo que será invertida en alguna tontería que de tan necesaria postergará las fundamentales, como los caramelos de la infancia. Carolina recorre la casa de punta a punta con sus pies descalzos hasta que el sueño la vence o la oscuridad y en cada paso que da marcha con los ojos azules abiertos de par en par, a la espera de dar con alguna monedita de diez centavos que se le caiga a papá o a mamá. Ese dinero será siempre de ellos, según dice la ley, pero es costumbre de esa casa que las cosas que están a ras del piso le pertenecen a Caro, aunque nadie lo diga. Si algún apuro condena a un botón o a una moneda al piso frío ahí correrá ella, alertada por su radar, para hacerse de la mercancía y guardarla en su cajita, y el domingo cuando todos se pongan las mejores ropas, con el botón y los cuarenta y cinco centavos recolectados durante la semana pedirá un helado de frutilla así de grande. Triste el momento en que el redondelito de metal se convierte en otra cosa, pero más triste el momento en que uno se da cuenta que las cosas importantes de la vida no están a nuestro alcance: esta semana no se ha caído una mísera moneda en los dominios de la sombra.

el peor (día) de todos

Hoy es un día un poco triste: cerró su blog la malvadísima LPDT. Y cuando leí lo que escribió como despedida me acordé de mi escritorio desordenado: ley de quiebras por Rouillon a mano por si las dudas, a derecha los apuntes ya vistos por séptima vez, a la izquierda lo que falta. Un poco más allá el bibliorato negro en que el que voy dejando los bosquejos de esquemas (redes conceptuales, la recta de los tiempos procesales y esas yerbas) y extraviadas por ahí una pila de hojas que voy escribiendo cuando me distraigo de la tarea que en principio me ocupa. Son hojas que no guardan ningún orden, todas llenas de garabatos escritos con otra tinta, trazo diverso y casi ilegible. Un weblog que nace en una oficina es un poco eso, el recreo que se filtra y se mezcla con el deber y nos quita tiempo y efectividad en la tarea que nos reporta una supuesta utilidad. Y sin embargo, cómo hacer para dejar a un lado esas anotaciones y decir ya basta de esto, me hace mal, así nunca voy a terminar. Y si al bloc de notas le sumamos la concurrencia cotidiana de un grupo de forajidos que están ansiosos por leer, ver, jugar, inmiscuirse en nuestros asuntos y se van dejando huellas cada vez más notorias para volver al otro día y seguir la ronda, la cosa se pone más amarga. No sé cómo habrá hecho para decir basta. Sí puedo decir que voy a extrañar en mis mañanas las fotos más lindas de la galaxia, las citas, los comentaristas y la tontería que nos invade cuando nos ponemos a jugar como chicos: muy en serio.

martes, agosto 24, 2004

Tengo un algo atragantado en la garganta. Cada día que pasa crece de tamaño y con ello aumenta el fantasma de convertirme de nuevo en una sombra. Sí, de nuevo, porque ya lo he sido en otro tiempo, y no crean que la pasaba tan mal. Lo malo es que de estar tan flaco se me caían los pantalones y hace tanto que no uso cinturón. El último me lo había regalado papá, era un UFO de esos con hebilla que mete miedo, que si me habrá sacado de apuros. En ocasiones conviene salir corriendo, pero cuando las piernas no dan hay que pararse firme y entrar a revolear cintazos. Lindo escuchar el zumbido cortando el aire que uno respira y el corazón empieza a galopar de una manera… Pero eso era antes. Ahora puesto en el papel de consejero de la reina, debo esforzarme en conservar la máxima compostura. Me salva tener una voz que da autoridad, que nunca me deja a pie saliendo como flauta, pero lo que me mata es ese algo que me crece todos los días. O quizá lo que me mate sea no haber podido bautizarlo.

lunes, agosto 23, 2004

Colgarse del punto y coma es mucho más sano que tomar pastillas para dormir aunque el cuerpo quiera dormir y el cuerpo sea un parlamento en el que se agolpan forajidos que dicen representar a los múltiples yoes de una personalidad esquizoide con brotes peculiares, quién lo discute. Y no obstante el barullo de la concurrencia reunida en los alrededores del estómago, nunca una solución, nunca nada. Sin ánimo de ofender al azúcar, si yo me pongo a hablar le endulzo el café al diabético que rezonga en el bar de enfrente y hasta en una de esas le pongo los titulares patas para arriba. Y mi sano juicio me dice que cuando me pongo en el papel de ser azúcar la sangre se me encapsula, pero sabés qué? A esta altura del partido (cuarenta del segundo, tres a cero abajo), quién cree demasiado en lo que pueda decir un médico. Me hacen acordar a los periodistas deportivos en sus comentarios previos: si se nubla, puede que llueva de modo tal que ni Noé nos salve, pero existe la posibilidad de que salga el sol y tengamos una tarde de la puta madre, ideal para la práctica de deportes al aire libre. Pero el juicio lo perdimos hace rato. Y lo único sano que me queda es el futuro porque no se deja agarrar, el muy guacho. Si sigo en esto es porque así como para vos existen los pañuelos que se chupan tus mocos y tus lágrimas, para mí esos papelitos son los que se quedan con la tinta que sangro. Y no sé si es oportuno que anote en mitad de la calle, cuando vienen autos de allá y de acá, que a mí me gustan las rosas porque tienen espinas y el vino porque es rojo y emborracha.

sábado, agosto 21, 2004

colifa

Me enteré de lo tuyo y me quedé más que preocupado. Venirse loco es una cuestión que puede pasarle a cualquiera pero por lo que he podido indagar todo es culpa de una cuestión de configuración. En mi caso es notorio que han optado por una programación que gambetea lo inexorable del deterioro gradual pero no vayas a creer que son todas rosas: todos los días me toca un cuarto de hora de locura y lo mejor es que me agarre lejos de la gente que quiero. Nunca se lo cuento a nadie porque temo porque crean que de veras estoy loco y que puedo ser digno de peligro. Es algo arduo de sobrellevar porque uno no sabe cuándo le va a agarrar el quilombo. De golpe puedo sentir como soy fatalmente atraído por la escalera hasta el borde mismo de ella y no tengo manera de saber cuánto es el tiempo que paso en ese trance sólo que al cabo de hacerme a la idea de tener un cuerpo lleno de escalones me despabilo y descubro que jamás he estado cerca de una escalera. O comienzo a sentir todos y cada uno de los ruidos de mi ambiente en medio de una fiebre que me hace sudar hasta las uñas. Imaginate que cada vez que se me cae un pelo siento en barullo de una sirena y.... O me veo manteniendo un equilibrio complicado sobre el cable de la luz. Soy uno más de la hilera de los loros que se aprestan a dormir y acaso aleteo y se despierta el loro de mi derecha y alborota al resto y todos me miran en plan de ejecución. Peor fue el día que me agarró con ella a mi lado y creí que el cuchillo era mi bolígrafo y su cuerpo mi bloc de notas Congreso. Qué risa. Fue cosa de gritos y corridas pero pude explicarle todo al comisario antes de que se arme la gorda. No hace falta que diga que ella fue la que intercedió. En el fondo a mí ya nadie me cree. Lo que más miedo me da es la meridiana sospecha de que mi bendito cuarto de hora me tome desprevenido y soñando. Eso sería igual a mi propia muerte. Quince minutos de sueño pueden ser un par de pestañeos o siete años y sus noches. yo durmiendo y afuera carnaval.

Acerca de la nav bar

Confieso que me gustan casi todas las minorías, comenzando por aquellas que se rebelan ante la injusticia de un orden de cosas opresor. Pero quiero dejar sentado que no me gustan esas personas que son opositoras por el solo placer de serlo y en cada piedra con que se cruzan en la senda encuentran la ocasión para despotricar contra ese orden. Lo digo precisamente por aquellos que son dueños del genio, ese don tan escaso que hoy cotiza en oro y que sin embargo dilapidan su tiempo ejerciendo consideraciones sobre la naturaleza de la opresión y de tanto encontrar en la piedra la opresión ven en la zapatilla un arma... y qué sé yo, me da por pensar que es pólvora en chimango y que nuestra gente, la otra, la que está demasiado lejos de esos debates (que por globalizados que quieran ser no dejan de ser existenciales e inherentes a la propia personalidad), que tanto necesita de ese soplo de aire puro que es el arte, la posibilidad de una segunda (y tercera, y cuarta) lectura. El arte no tiene la misión de cumplir ninguna misión que se vincule con la protesta ni contra la protesta de la protesta, che. Ni el que vence un obstáculo es un revolucionario ni el que se rinde un traidor: esta no es la batalla, muchachos. Entre tanto, permítanme que me ría. A algunos (sólo a algunos; los otros son voluntarios: importantes pero no decisivos) de los que se involucran en tamaña discusión les sobra talento como para desperdiciarlo en inútiles declaraciones de principios. El único principio es la acción. Se los dice alguien que desconfía de los manifiestos.

viernes, agosto 20, 2004

efímera

Reina Isabel se llamó durante el par de semanas que habitó -sin saberlo- estas tierras blancas que aun en su época más gloriosa se parecían, casi como ahora, a una casa abandonada, cubierta de un polvillo imperceptible que sólo puede ver un forastero. Un par de semanas apenas. Tiempo suficiente para estirar el dolor de su madre parturienta y hacerme parir una llaga que en algunos inviernos se apodera de mi alma. No empujó con ornamentos los barquitos de papel que yo armé y llevé de excursión a la calle encharcada. No tuvo el vestido blanco y el vals. No supo el despertar del amor por nada que no fuera la efímera teta de su madre. No cantó canciones en la escuela ni remonto barriletes. No abrió sus ojos a mí. No tuvo el tiempo. Y se quedó allí, en una tumba sin nombre, en el cementerio que interrumpe la sucesión de nada en la tierra blanca. Ya nadie le lleva flores y ni falta que le hace si ella es la misma primavera, esperando agazapada que se vaya el frío de este almanaque y que esta vez no se la lleve. Yo que no creo casi en nada, me invento mis propios ritos: la vanilla hundida en el café con leche, la mancha azul en mi cuaderno, la camisa descosida y con menos botones de los que debiera. Pero a veces soy débil. Sobretodo cuando cae sobre mí el mes de julio y todos los días son el catorce. Entonces en vez de ir al cementerio, a hincarme frente a una tumba cualquiera, tanto da si ella no alcanzó a ponerle colores a su nombre, prefiero arrancar un puñado de hojas de algún árbol que todavía esté verde y las llevo conmigo para ponerlas en algún libro de mi lánguida biblioteca. Elijo una página al azar, la leo y en ella descubro la letra que marcará lo que vendrá. Allí dejo las hojas, abrazadas a esas letras ahora mancilladas y conjuro el puto invierno, las carabelas y tomo lo poco que queda de la teta de su madre, la efímera.

jueves, agosto 19, 2004

cierra la 4

1 No supe cuando fue la primera vez que vino por acá pero la soltura de su andar no puede compararse con la del más antiguo de los empleados a punto tal que podría afirmarse sin temor que vive acá desde la construcción misma de este local. Es simpático con todo el mundo y no tiene la maldita costumbre de mordisquear la botamanga del pantalón o entretenerse con los cordones de los zapatos. Lástima que es tan feo. Casi diría que nunca vi uno igual de feo y lo digo yo que he fatigado más mapas que nadie. Si hasta se parece a... 2 Cuando éramos chicos veíamos pasar a don Lugo lleno de harapos y con mis hermanos corríamos despavoridos. Nuestros padres habían encarnado en él nuestro miedo. No le conocíamos la voz. Creo que jamás nos había mirado pero en sus ropas no quedaba ya un solo lugar que no tuviera vestigios de remiendos o de mugre y eso demacraba más aun su rostro, pródigo en arrugas. Los más grandes le decían la mula. Siempre con su carrito cargado de cartones y otras porquerías que juntaba de la basura. 3 Acaso me lo contaron o lo soñé. Quizá no excede de una propia invención de mi mente, siempre presta a llenar los rincones con historias pero un día caluroso me desperté de la siesta envuelto en sudor y pensando en él, en cómo sería antes del carrito y de los harapos. Parece que había sido hombre de fortuna, que iba a misa los domingos con su mujer, una rubia más alta que él. Tomaba un vaso de Cinzano la primera noche que ella lo amenazó con dejarlo, cansada de que no le diera hijos. Sin hijos no es vida Quién te dijo La casa lo grita todo el tiempo, es que tampoco sos capaz de verlo? Para qué tanta vajilla reluciente si falta la sangre en las rodillas, el cuaderno de comunicaciones, el día de la madre, los cumpleaños con torta, velitas y payaso. 4 Lo presentía. Un día se levantaría de la siesta de la tarde y ella ya no estaría ni sus cosas ni la estela negruzca que se estiraba desde la ventana hasta el fondo del pasillo. Prefirió quebrarle la muñeca al destino y fue él quien una noche no volvió y se hizo más amigo de la vida. Ya había conocido la ruina y el desprecio. Qué importaba mendigar. Cuando uno ya es nadie no hay piel para más cicatrices porque toda la puta vida es cicatriz y los días y algunas voces son sal. Pasaron los eternos años de la infancia y nunca más lo vimos y secretamente sé que no es que los años hayan pasado sino que se fue la niñez como si un charco se evaporase cargando en su equipaje algunos miedos. Ya no le tenía miedo, por eso no volvería jamás a verlo. 5 Alguien entró a averiguar por una encomienda que no había llegado, y él por detrás con su sonrisa casi al ras del piso, mirando una a una las caras, acercándose a saludar a los conocidos. Mirá si hasta parece que sonriera le digo a la Gaby mientras cierro la mesa cuatro, un agua sin gas, dos cortados y nada de propina, tan agarrados podrán ser? El seguía su desfile entre las mesas, esperando que desde el fondo le chiflaran. Eso quería decir que hoy habría comida, a lo mejor una hamburguesa mal cocida o una chamuscada presa de pollo sobre el piso y detrás la Gaby. 6 Belén había cumplido su horario y buscó la puerta para retirarse y él la siguió y se le adelantó en la marcha. Tratando de mostrarse caballero se paró en dos pies y con una manita quiso en vano alcanzar el picaporte y todos reímos. Viste, es todo un señor, me dijo la Gaby, y pensar que cuando recién se agregó meaba y cagaba en cualquier parte y yo tenía que andar detrás de él con el trapo y el balde, no sea cosa que justo llegue alguien a comprar un boleto o algún turista entre a pedir agua para el termo o, dios no lo permita, un inspector municipal. 7 Yo no creo en la trasmigración de las almas ni en el tarot, la parapsicología y esas yerbas, pero a veces me quedo pensando.

miércoles, agosto 18, 2004

Nubes Bajas

1 Si se pudiera elegir el lugar de residencia por las noticias que uno prefiere, sin duda a Nubes Bajas llegarían aquellos que desean que nunca pase nada, que es casi igual que decir que el único comentario de las señoras gordas en la despensa es la mayor o menor cantidad de pasajeros que bajaron a tomar el café con leche en el colectivo de la una menos cuarto. Puede parecer extraño, pero yo conozco más de un pueblo en el que la única diversión consiste en apurar una cerveza en el bar de la estación. Si tenemos en cuenta que la estación abre pasando las diez de la noche y que pasa un solo coche, el de la una menos cuarto, puede colegirse que no es tan mal programa. Puede uno sacar a ventilar la abulia pueblerina y quién sabe si no baja la escalerita apachuchada de frío alguna borrega de buenas cachas que se apiada en convidar un cigarrillo. Que tenga frío, que sea borrega, que tenga buenas cachas y que encima convide un cigarrillo. Eso es lo que yo llamo un imposible. 2 Aprender. Tamaña empresa no puede caber en los recintos especialmente acondicionados para ser escuela. El lo pensó mucho tiempo después del incidente, pero el recuerdo estaba teñido de una iluminación que se jactaba de rubicunda aunque a esa edad todo luce como si fuera un descubrimiento, el error de elucubrar más de la cuenta acerca del funcionamiento de los engranajes del gran engendro. Por la radio batían el parche de que durante la noche se vería en aquellos confines del globo el más grande eclipse de luna de todos los tiempos. Uno igual se vería dentro de cuatrocientos cincuenta años. No importaba demasiado que un par de calendarios más adelante hubiera otro acontecimiento por el estilo. La gente olvida. A veces demasiado rápido. El pretendió lucirse en la clase de Geografía. La señora de Biancucci lo consentía menos por sus luces como estudiante que por la ternura que le inspiraba su corta estatura y el simpático lunar que mañana taparía un bigote culposo. Dijo que el eclipse podría verse a plena luz del día, desde la seis de la tarde, y que saldría corriendo de la escuela para llegar a tiempo, y que era una pena que las cámaras fotográficas comunes lucieran incapaces de registrar el momento. La profesora le clavó la vista y dejó caer la frase con la solemnidad que sólo se lee en las tumbas: -¿Quién te dijo eso? La luna no puede verse de día, muchacho tonto. Es imposible. 3 Adrián se lo reprochaba cada vez en peor tono pero él ya estaba acostumbrado a los rebatidores por placer, que se ejercitan en demoler los chalecitos que otros levantan, pero siempre postergan su aporte para mañana o pasado. La metáfora de la vida como un río además de poco original era demasiado elemental, no permitía más que una lectura. Al cabo, resultaba una consecuencia de la linealidad del río, que aunque tuerza el rumbo, se nutra de afluentes o corte poblados, siempre termina igual, asquerosamente previsible en el afán de buscar el nivel más bajo. El tiempo fue sabio como casi siempre y pudo demostrarle que la vida se parece a un río demasiado extraño, uno no previsto en los catálogos de geografía, capaz de volver sobre sus pasos y renacer con virulencia inusitada. Sí, la metáfora era una cagada. Tenía razón Adrián, pero estaba demasiado lejos como para hacerle notar su triunfo. Quizá el tiempo a él le haya deparado la novedad de otras lecturas de la misma idea, Pero demasiado lejos de Nubes Bajas. En demasiadas ocasiones lejos se parece demasiado a imposible.
Loas a Mr. Balduccio por cercenarme el banner de puro generoso nomás.

martes, agosto 17, 2004

Doña Nostalgia tiene engañados a mis paisanos. Les ha dado una ilusión embustera como para que se entretengan los domingos de lluvia o las tardes de frío en que los viejos salen a caminar del brazo de sus esposas, y se demoran mirando los ventanales enormes de lo que han sido grandes tiendas en donde ofrecían el confort en cómodas cuotas y hoy apenas si hay una iglesia de pastores ricos y feligreses trasnochados, casas que alquilan autos con chofer que cobran muy caro el viaje al paraíso o simplemente vidrios rotos a piedrazos por los pendejos que sacan a galopar su rebeldía los sábados y se beben el placer que viene en botellas marrones de un litro. Sí, de la mano de doña Nostalgia duelen un poco menos los dolores de todos los días y el campo vuelve a ser verde a los ojos de los huérfanos de la mano de dios y vuelven a prenderse las marquesinas de lo que ha sido el cine y los muchachos cargan en sus brazos gigantescas bolsas de supermercado mientras algún otro los espera en la casa, prendiendo el fuego para un asado con molleja y chinchulín y el intendente es paseado en andas por una muchedumbre como si fuese el gran libertador. Claro, cómo podría ser de otro modo si les ha dicho que en breve se construirá una lujosa cárcel de alta seguridad y de nuevo nadaremos en la abundancia y seremos libres, tan libres como hace apenas un rato no éramos siquiera capaces de soñar.

lunes, agosto 16, 2004

éramos pocos y llegó Claudio

1 Ya sé que al viejo hay que darle todos los gustos, más ahora que está pasando una etapa crítica. También, con un poco de esfuerzo, puedo ponerme en los zapatos de su hijo más mimado y entender que una mascota más en la casa no causa mayor molestia. Pero nadie, absolutamente nadie, puede sacarme el fastidio de despertarme el domingo a las cuatro y media de la mañana con el canto de un gallo. 2 Siete pesos no es gran cosa. Sobretodo si uno se hace un hueco en la racionalidad como para dejarle lugar suficiente a esos caprichos que cuando son cumplidos nos hacen sentir blanco de afecto perpetuo. Porque después de todo, de qué sirve tanta declamación llena de palabras grandilocuentes si a la hora de los bifes nadie se juega por uno, si no aparta siquiera las migajas para brindarlas en ofrenda a esa inmensa deuda de cariño. 3 Un gallo. Por lo que tengo entendido ni se compara con la insoportable carne de pollo. En particular después de haber probado conejo me he jurado eliminar de mi dieta a esos infames plumíferos por más que profeticen con las bondades de las carnes blancas y que la carne de vaca qué sé yo y qué se cuánto. 4 Nicolás decidió llamarlo Claudio. Qué manía esa de ponerle a los animales nombre de personas. Encima Claudio se llamaba el último cura verdaderamente bueno que haya tenido este pueblo, el único capaz de arrancarme de la cama para llevarme a jugar al truco y contar unos chistes verdes que hace tanto. Pero ya teníamos bastante con un gato que se llame Huguito, aunque ese gato estoy seguro que tiene mucho de persona. Tiene los vicios a flor de piel. Es de los míos. 5 ¿Y cómo se le puede poner a un gallo sino es Claudio? 6 Con un poco de paciencia uno puede hacerse a la costumbre de convivir con otra mascota. Qué se yo. Pero lo que me tiene francamente cansado -y hace apenas catorce horas que aterrice en esta covacha- es que el bicho se ponga a cantar a cualquier hora. ¿Se puede saber cuándo duerme? 7 Tenés que entenderlo. En primer lugar es un animal, entonces no sabe lo que hace. En segundo lugar lo sacaron de un gallinero hecho y derecho. Eran él y un par de gallos para veinte gallinas. No tendría comida de sobra pero ya se había acostumbrado a comerse hasta los granos de arena. Lo malo, eso sí que es malo podrás imaginarte, es que ahora lo han encerrado en una alambrada de un metro por un metro y de hembras ni noticias. Cómo se te ocurre que no viva cantando. 8 Si el gallo fuera chiquito podría entenderle que esté practicando, buscando el tono justo para imponerse al silencio que habita las madrugadas, pero este...? No, qué va. Este ya es un gallo que si bien no es viejo, ya está hecho, si sólo le falta dar el suficiente kilaje en carne para ir a parar a la parrilla. 9 A mí lo que me parece, y no creas que no me duele, es que estos dos ya se han encariñado con el bicho. Sacá la cuenta. Hace dos semanas que lo tenemos, si habrá aumentado medio kilo de carne es mucho, así que un par de meses más sin que engorde y ya me van a sacar diez pesos más para traerle un par de gallinas. Y después vendrá el piojillo de la gallina. Y son dos bocas más... 10 Ma sí, vos, Nico y el viejo hagan lo que quieran con el gallo. Yo me voy en el cole de las cuatro. ¿Me armás el bolsito?

sábado, agosto 14, 2004

love is blind

Empezamos a vestirnos de negro para imitar a Inva, que envuelto en sus camperas de cuero no sabía qué otra cosa hacer de su vida más que arrancarle feroces orgasmos a su stratocaster. A un tiempo se dejaba poseer por el demonio de Paganini y sólo de oírlo temblábamos, palidecíamos y florecíamos en el segundo en que el chirrido se fundía en un acople interminable, titánico, agudo, inescindible del eco que anida en el pabellón cartilaginoso, a la vez débil e incorrompible. Nuestra oscuridad se hizo vértice del gris de la capital del tedio, la astilla hincada en el dedo del cirujano, la desvergonzada manía de vaciar el cargador a la altura de los dientes de la comparsa de los ciclos y reciclos. Por fin nos trocamos en melodía, uno a uno, los colores de la paleta del pintor celeste y la acuarela de los días empezó a parecerse cada vez más a un dibujo hecho a lápiz, una extracto de la realidad con contornos indecisos que remarcaba las texturas. Tan vivos los aromas que nos costó un buen tiempo enterarnos de que el aire no había cambiado ni el amor ni las canciones. Lo que queda no es triste aunque esté nacarado de amargura. Ver es recordar y no existen otros cabellos que no sean los rojos que acaricio cuando me despierto sin salir de la telaraña de la noche. Bebo un trago de scotch y recuerdo en él algo del sol que me alumbraba. La toco para saberla cerca y susurro a su oído que todo es culpa de haber dicho alguna vez que por ser ella mi luz la tengo adherida como una sombra, que la adivino a cada momento, cuando abro el grifo del agua o mi memoria guía al peine que separa mi cabello en imperfectos hemisferios. En la calle, la soledad huye cuando avanza el bullicio y los muchachos bifurcan la gavilla a nuestro paso como yo, que a mi diestra percibo el calor de su brazo y con la izquierda cargo la guía blanca, como un pañuelo que es la tregua y avanza a golpecitos hasta que damos con nuestra puerta y nos descomponemos en una melodía de agua y sal en danza conjuro contra los fantasmas y la noche.

jueves, agosto 12, 2004

Debilidad llama a mi teléfono. Yo estoy un poco lejos y aunque sé que dejara sonar los rings hasta que yo atienda, no puedo evitar correr como si la vida me fuera en la carrera. Amo a Debilidad. Lo comprobé apenas supe que me gustaba escuchar el verbo tembloroso de su boca como si fuera una escalera que nunca termina y también los descansos, las pequeñas pausas que hace tomando un poco de aire, eligiendo las palabras, trazando el diagrama de la siguiente estocada. Y subo esa escalera y me agito y sin decirlo me prometo pronto dejar de fumar, sobretodo cuando giro levemente y siento rigurosamente salir mis pulmones a la altura del riñón izquierdo, pero antes de darle una respuesta apropiada recuerdo que es ella la que altera el orden de mis órganos y ya deja de extrañarme sentir que es mi boca la que late y mis dedos los que miran. Balbuceo, me disperso, pretendo alegar que el tiempo me dará la costumbre de convivir con este caos, pero reniego de mi pertinacia en querer componerlo todo y es en ese preciso momento en que mi oreja se convierte en mejilla y recibe una tras otra las bofetadas que saben dulces como los higos que robé cuando niño, antes de ser hombre pez y encantarla como si fuese mi verde serpiente y el higo fuera beso francés y la mano una prolongación de la boca en plan de exploración. Eso antes de la carrera que dejara los corazones galopantes a la intemperie, librados a su suerte. Suerte que el viento responde a extraños designios que ni vela ni timón comprenden y el hombre pez se encuentra con la bofetada en la justa coordenada en la que suena el teléfono y basta una pequeña carrera para devolver las cosas a su orden.

martes, agosto 10, 2004

bajos fondos

Son rachas. Llega un momento en que uno se cansa del palacete más bonito que fue capaz de construir y le da un furibundo deseo de derribarlo a patadas aunque el pie te quede doliendo de tanto malgastar energía en lo que no podes. Es un poco eso de verse completamente superado por el monstruo que engendraste, que en el fondo sos un poco vos, pero más allá, en el fondo del fondo, es peor que vos porque sigue actuando cuando dormís, dormitas, pestañeas o sólo extraviás la mirada tras la solitaria gota de lluvia que destaca en el concierto y que aparece como la luz, la puerta de los universos paralelos, envolventes, simultáneos pero a la vez inaccesibles, ajenos a este orden de cosas que te somete, lo que a primera vista parece a la sonrisita con sorna que te dedicaban las pebetas cuando no eras nadie. Qué bueno sería volver a ser nadie. Juntar de nuevo las carpetitas viejas, o mejor aun ir al kiosco, comprarte el modelito de moda y un bolígrafo que no te deje a pie a mitad de camino, goma de borrar no, para qué, si los elegidos nunca se equivocan y ves? Ya sos otro, no digo la octava maravilla porque ese es un cliché de los comentaristas de la televisión. Más bien es la satisfacción de saberte de nuevo capaz de emprender algo que de veras camine, aunque sea un momento y que te sirva de paraguas durante el temporal. Qué lindo verte bajo la lluvia y no mojarte. Ya sé que sos el perfecto inconformista que revoleará el paraguas por los aires o acaso lo recojas y lo pongas de nuevo bajo el brazo y que caiga sobre vos el diluvio universal. Sì, macho, cuando tengas paraguas extrañarás la lluvia y sin embargo cuando te digan que cada vez más gente pisa iglesias y se deja diezmar el salario por esos farsantes que jamás han leído un libro dirás que más allá de la miseria, de la necesidad de rellenar el inmenso hueco espiritual que todos somos que estalla cada domingo como si de una bomba conectada a un taco calendario se tratase, la gente necesita una razón para vivir y los que no han tenido la suerte de abrir un poco los ojos se dejan llevar de las orejas a los templos y en cambio vos, y tus amigos intelectualitos se devanan los sesos buscando la razón, la punta del ovillo, pero ¿no ves que no hablamos de una madeja de lana?, de la puta vida hablamos. Ojalá fuera tan sencillo como destejer el suéter gastado y hacer algo más urgente, qué se yo, ¿guantes necesitás?. No, la gente como vos no sirve para ponerse guantes, prefiere darlos vuelta y ponderar cuál es la piel que se cree en condiciones de usurpar su propia piel, como si esto fuera una violación y la realidad es que todo es mucho más sencillo. Hay cosas que no sirven. Por ejemplo el suéter viejo. Y hay cosas que resultan imprescindibles como los guantes. Y están tan cerca que no podés darte cuenta. Se trata de organizar la secuencia. Dos estadios, dos acciones contrapuestas y santo remedio. Te digo que son rachas. Apenas se dé el soplo mágico, todo será cuestión de empezar de nuevo y ya no habrá lugar para arrepentimientos aunque vos probablemente estés pensando en las mujeres que no fueron, el incendio a la biblioteca de Alejandría o qué hubiese sido de la biblia si se avivaban de que el cantar de los cantares es un poema pornográfico. Siempre hay un resquicio. Sólo hay que cerrar los ojos y verlo.

lunes, agosto 09, 2004

Las noches de César

I El que sale a dar una vuelta en la noche de los pueblos lo hace con la no velada intención de que algo extraño le suceda y si hablo de algo extraño me refiero, por ejemplo, al milagro de salir solo y volver acompañado aunque la mágica conquista se evapore apenas empiece a clarear el sol del domingo. Este era un sábado de esos. Apenas una extensión de la rutina que sucede de lunes a viernes. Sólo cambia un poco la indumentaria aunque yo no entienda la razón de tanto emperifollarse si es que la idea es sumergirse a la penumbra y al humo, con lo cual quedan en un segundo plano detalles tales como los zapatos recién lustrados y el par de gotas de perfume al pie de cada oreja. Se me dirá que en la vida misma lo que importa son los detalles antes que lo que luce a primera vista y bla bla. Puede ser, no lo niego, pero aceptemos que casi todos los prolegómenos a una salida nocturna resultan baladíes. Máxime si se los evalúa el día siguiente, a la luz de la poca cordura que deja una copa de más, la billetera vacía y un asco por el tabaco que podría considerarse definitivo sino fuera porque el cigarrillo fumado con desgano es el mejor epílogo para una almuerzo forzadamente vespertino. II Sucedió un sábado aunque ahora me asalta la duda de que pueda haber sido un viernes, durante las vacaciones. Es así nomás: el solo deleite de no ir a trabajar durante una semana hace que todos los días, para bien o para mal, tengan un aire sabatino que es delicioso si se lo mira con los ojos que camuflan los lentes de una repartición estatal. Departíamos el protagonista, dos señoritas y yo en algún rincón licencioso de un bar cuyo nombre he preferido olvidar sobre algún asunto encantadoramente lateral, por caso las diferentes lecturas que habíamos hecho del Mi primer concierto de Felisberto Hernández. No era el lugar más adecuado para una charla confidencial pero a menudo me veo inmerso en situaciones como esta. Cuando reina el día y los interlocutores están lo suficientemente sobrios es de mal gusto atacar temas tan triviales y me encargo de dejar fluir la conversación hacia tópicos tan arduos que puedo responder sin pensar, acaso preocupado por acribillar la mariposa que está chupando mi rosa amarilla o buscando el puntapié apropiado para dejar a mi contertulio hablando solo y salir rajando en busca de las emociones de una buena siesta. Se nos arrimó un muchacho con esos aires que da el alcohol consumido en cantidades reprobables y la cercana presencia de una custodia de generosa en anabólicos. Nos miró a los cuatro y con algo de dificultad habló: -¿Vos sos César Vallejos? –dijo, dirigiéndose hacia el protagonista. Nos miramos entre nosotros con aire preocupado cuando él, rápido de reflejos, o completamente borracho, dijo Sí, soy. A mí que nunca me gustó otra violencia que no sea la escrita me temblaban las rodillas: no podría rehusar a dejarme pegar un par de piñas por mi amigo. Qué más da. Estamos borrachos y un poco aburridos, quizá haya sido bueno decir que sí. -En serio te pregunto, gil. ¿Vos sos César Vallejos? -No. Yo no sé si mi amigo había atisbado la que se nos venía o bien no recordaba la respuesta anterior. El hecho es que el fulano se retiró -disconforme, creo- junto con sus amigotes, que habían contemplado la escena quizá sin entender nada, como me pasó a mí. Al otro día del incidente, lo recordamos con la paz que otorga el mate con bizcochitos después de la resaca de una velada alegre. Pronto nos olvidamos del hecho embarcados ahora en la lectura de Libro sin tapas, algo no menos sobrecogedor que el susto de la noche pasada. III Un viernes de estos que han pasado, me dirigía yo con paso apurado a mis aposentos. El apuro era más hijo de la ingesta de whisky que del espantoso frío que me pegaba de lleno en la nariz. En eso alguien me grita Jorge!, me agarra del brazo, alcanzo a escuchar que dice: él viene conmigo. Oh! Tugurio nuevo para los sábados, cómo puede ser que me pierda la inauguración de esto, pensé. Después me quejo de que acá nunca pasa nada. Mi bodega cargada y el enfriamiento de la vejiga me empujaron a emprender una expedición hacia el baño. Por lo visto mi amigo estaba por iniciar el mismo trámite y lo encaramos con la celeridad que puede esperarse en la montonera de snobs que asisten a las inauguraciones como ésta, que son los mismos que luego declaman que acá no pasa nada. En el baño, me vi en la dura mirada del borracho de aquella noche. Esta vez lo detuvo a mi amigo con la misma pregunta. Ante la negativa, algo le dictó que era buena hora de una aclaración. -No, loco, disculpa. Es que ando buscando a un amigo que no veo desde hace veinte años y lo extraño tanto que pensé... En fin, la otra noche estaba un poco tomado... yo no quería... Perdoná. Y los dos se abrazaron como si mi amigo fuera el eslabón perdido por el borracho hace veinte años y me pareció que era un poco estúpido mear inmediatamente después de tamaño episodio. No obstante lo hice sólo por no darme el gusto de hacer lo que pienso. IV Si recuerdo esto es porque se han incorporado a mi futura biblioteca los tres tomos de la obra completa de Felisberto y aun no he rozado con mis dedos (placer de ciegos) sus tapas y me asiste la superstición de cuando lo haga, quizá mi amigo esté contento de despojarse del nombre que ha cargado hasta hace un par de semanas y sea justicia. Como dice él: tenemos que aspirar a la injusticia porque si por esas cosas de la vida tenemos que aspirar a lo que nos merecemos estamos cocinados a fuego lento. El más que yo.

viernes, agosto 06, 2004

bronquiolitis

paño frío en tu frente, paño caliente en tu pecho, campiña para tu nariz y música de oleaje en tus oídos. eso para tu enfermedad. a la mía le alcanzan tus palabras. y hasta tus silencios.
Alguien vio en mí alguna cosa de Onetti; otro vio a Kakfa. También (oh! sinceridad) me han acusado de pajero patético. No faltó quien me dijera que llora con mis textos o se deshace en agua y sal, que no es lo mismo que llorar y sin embargo lo mío es mera excreción. No podría llamarle placer a esto que de vez en vez es escupir si algo se me atravesó entre los dientes, o llorar cuando tengo una molestia en los ojos, o cagar cuando me aprieta la panza o mear sólo para corroborar que sigo igual de hombre que hace un rato.

sábado 9 AM

Sólo los sábados por la mañana abro la ventana de par en par. Lo hago para que raje la ausencia que vive conmigo de lunes a viernes. Le doy el fin de semana libre para que vaya donde tenga ganas. Es que yo también tengo ganas de que el sábado sea un poquito distinto que el viernes y generalmente es distinto pero para mal: los viernes me queda la ilusión del sábado y apuro los memorandums de la oficina pensando que ya falta poco para que abra la ventana y se vaya al cuerno también la humedad y con un poco de suerte, y si hay sol, quizá hasta pueda fumarme un cigarrillo completo de cara al sol naranja hasta que me piquen las mejillas. Entonces es cuando vuelvo la mirada sobre la caja en la que archivo los papeles, los desordeno, revuelvo un poco hasta dar con la respuesta a mi carta, esa en la que te hablaba de la canción de David Bowie y quizá sonría si esta vez por fin compruebo que la gota se ha secado y sin embargo las letras siguen intactas, evocando tus largas piernas de bailarina como las aspas del molino que alivia mis trabajos, prolongando el sábado aquel en que nos registramos en un hotel lejano con un par de nombres falsos, como si los dos fuésemos fugitivos y nos reímos hasta que nos dolió la panza de que las maletas fueran tan livianas. También esa vez algo se fue antes de que abriésemos las ventanas, algo que venía en las maletas y que no quisiste quedarte ni siquiera de recuerdo. Ni tampoco yo.

raíz y desinencia

Lo perseguía el hastío y él lo sabía. El hastío trabaja como la policía: va caminando despacito por la vereda y uno apenas lo ve sabe que viene por uno, o que anda buscando a alguien como uno, o no busca a nadie en realidad, pero el modo en que el sujeto camina acaparando para sí toda la vereda le resulta tentador y finalmente aborda al sujeto, lo interroga sin rigor, se ríe un poco de él, lo humilla. El hastío también hace esas cosas. Si bien ese mira son firuletes innecesarios. Bastante tiene la gente huérfana de genio, rebuscándoselas con las migajas de sonrisas que se les caen a los otros, pero qué se yo, por ahí una zamarreada de prepo en una esquina hoy es una buena historia para contar mañana, no sea cosa que los amigos se den cuenta de que no tiene nada para contar en realidad. Entonces casi todo lo que hacía le parecía cortado por esa tijera siniestra. Nada de lo que pudiera hacer podría cambiar la curvatura de su fatiga. Entonces, pensaba de vez en cuando, da lo mismo pato o gallareta, baba que moco, radicha o peronio, física o química y simplemente le daba para adelante, como quien vive en la plena inercia. Cuando se detenía un segundo para mirarse, se veía trazando el mismo recorrido que ayer, sacándose la piedrita de la suela del zapato, o levantándose el cierre de la bragueta en el mismo punto del periplo. Puta, si esto no se llama vivir con piloto automático qué es, se decía, porque de vez en cuando se decía alguna cosa, así, a la pasada, como para hacer un poco de tiempo hasta que hierva la pava o suba agua al tanque. Y miraba la pava que no terminaba nunca de hervir, como si don Camuzzi estuviera largando menos gas, y el fuego de una hornalla no alcanzara ni para entibiarse un poco las manos. Mejor mirar la llama. Por lo menos es azul y no amarilla, que es cuando el monóxido... eso decía la tele, pero la tele dice tantas cosas, pensaba, ellos también deben ser como uno y rellenan los espacios vacíos con cosas sin importancia; cuando de veras pase algo salen todos corriendo a ahorcarse con hilo de coser. Una lástima que en las pavas no se alberguen los genios que narran los cuentos infantiles. Una pena principalmente porque si saliera no sabría qué pedir y capaz que le da por malgastar el deseo pidiendo unos zapatos en los que no se agarren las piedras de la senda o un pantalón que tenga bragueta con botones.

jueves, agosto 05, 2004

para memorizar antes del viaje

Padre, tengo que decirte algo. Sí, ya sé que siempre digo muchas cosas que el tiempo a través de una sordera caprichosa te ha hecho sabio y ya no estás para escuchas tonterías. Sabio a tu manera, como le pasa a todos los que son verdaderamente sabios. Hay otros que dicen saber muchas cosas y sin embargo se parecen demasiado a una enciclopedia con la que los giles llenan las paredes vacías, tapando el empapelado de la pared que queda feo, como si de muebles se tratase, muebles completamente inútiles, un alarde, un ornamento, un firulete. Y ahora que lo pienso debe ser realmente choto venirse sabio cuando a uno ya le duelen mucho los años y los otros, los jóvenes (siempre un plato de sopa menos que vos, sí!) te miran de reojo, como si fueras de otra casta social: los desposeídos de juventud, de aventura, de vértigo. Y ahora que lo pienso un poco también me reprocho haber esperado a este momento, después de haberme visto en el espejo del baño un poco más añejo, con las arrugas resaltando apenas debajo de los ojos, y la frente cada vez más ancha. Se me vuelan las chapas, viejo!. Sí, sé que eso es el dramático peso de lo inexorable y que dicen que las arrugas son el precio de haber vivido, pero vos y yo sabemos que si algo he tenido guardado en el ropero, como un saco nuevo para usar sólo en fiestas de guardar, eso ha sido mi vida. Casi treinta años y ninguna flor, papá. Un poco de eso quiero hablarte. Del enorme hastío que tengo, de la frustración que me ataca cada vez que te veo a vos a mi edad, también harto de tu vida, convenciendo a Polo y agarrando la moto, Córdoba a Río Gallegos, eso sí que eran dos tipos con huevos. El reproche quizá sea culpa de cargar en mi ropa demasiado olor a tabaco, demasiada soledad, demasiado mortificarme con quimeras que sólo se han llevado lo mejor de mí, que han apagado tempranamente mis veinte años y le han llevado con mis pocas cosas lejos de casa, con el propósito de abrirme un horizonte que nunca llegó. Y tenía que ser acá, sentado en una cama de hospital, como hace unos meses, cuando fuimos capaces de derribar la infausta barrera que crean los días y los kilómetros, el consecuente esmerilado de las relaciones padre hijo, que nos da el gusto de dejarnos en paz por un puñado de semanas, para que al menos mientras dure seamos capaces de ser amigos, cómplices de la nueva treta al destino, la nueva intentona de torcer la partida que creció torcida y nos llevó contra las cuerdas, nos comió los talones, nos cortó el aliento. Por eso, viejo, por las cosas que no han querido mis errores que diga antes, porque todavía cargo en mis espaldas el deseo de hacer algo de lo que puedas sentirte orgulloso. Ya sé, no me interrumpas, hice muchas cosas antes que te arrancaron una sonrisa en soledad y te mordiste la lengua para no darme una palmada y decirme bien, loco, esta es la tuya, sabés que me hacés feliz? Hacés honor a la estirpe de perseverar contra vientos, mareas y truenos. Por eso te digo que aun tengo ganas de empezar de nuevo. Abrir otro mazo de cartas, barajar y ver que canta la suerte esta vez. Ya se me acabaron las ganas de seguir machacando mi nariz contra la oscuridad, necesito otro rumbo, otro motor, otra cabeza. Hasta ayer necesitaba la chispa, la combustión, el big bang. Había probado muchas formas y siempre después venía la intemperie pero eso fue mejor porque me dí la chance de intentar. Pero, vos lo sabés bien, por más que nos hagamos los duros cuando hay gente, llega un punto, cuando estamos solos, en que tanto fracaso te hace un nudo en la garganta y estalla en esas gotas saladas que los alemanes aprendimos a odiar. Herencia que le dicen. Me di cuenta. Lo mío está lejos de acá, haciendo otra cosa, encarando el camino más pedregoso, la cuesta más alta, pero no hoy ni mañana. Eso será cuando vos te pongas bien y salgamos caminando del brazo los dos por aquella puerta que ahora de tantas ganas que tenés de dar ese paso se te aparece lejana, igual que a mí, no vayas a creer. Tiene algo de eso de vos y Polo agarrando la moto. A veces no hay otra forma. Voy a poder, pá. Te la debo.

miércoles, agosto 04, 2004

red wine red

Qué bella se pone la mañana de mañana con sólo imaginar que el rojo más rojo no pertenece a ninguna de las copas de vino tinto que he bebido en cada mojón del camino. Qué bello el amor que sabe que tocarán la puerta siempre en lo mejor porque ya no queda tiempo para declinaciones. Qué bello es sentirse más ridículo que un pastor protestante cada vez que quiero explicar las razones de mi fe. Y sin embargo dormita conmigo la sospecha de que cuando más rápido quiera correr mi pie pisará el cordón del zapato y el amor hecho faena tendrá más de sala de enfermería que de lecho perfumado. Y sin embargo de una cama que no es lecho y de un olor que no es perfume, cada mañana renace a la rutina un tipejo gris con la cara llena de surcos tempranos que pone en marcha el motor prendiendo un cigarrillo y se siente el bicho elegido del jardín de las delicias, grotescamente barroco, barrocamente elemental. Y sin embargo el amor que yo profeso siempre declina como un viejo con bastón pero vuelve pronto a ser torpe, púber, cascada y siempre me ha gustado erigir palacios que se caen antes que dedicarme a contemplar los endless loves que dicen por ahí. Tocará la puerta un vigilante de la locura Puertará la loca un toque de la vigilia Locará la toca de puerta un vigilante Y será aunque no le guste a la reina.

martes, agosto 03, 2004

ocaso

La cita era en una ciudad que no era la mía, había playa y me esperaba una familia en un departamento paquete: sexto piso, vista al mar de un talante tal que los colores entraban por los ojos y tardaban una décima de segundo en llegar a las terminales nerviosas del placer. Mamá Natalia me resultaba insoportable pero todos los caminos llevaban a ella. La sospechaba demasiado calculadora en su risa generosa y en su elogio desmedido hacia mí que siempre me he querido más bien poco. Pero nada que hacerle. Ella tenía las llaves y sabía hacerlo notar. Natalia hija la odiaba en secreto sólo que a veces se soltaba un poco y amenazaba arder Roma. Ardía, estoy seguro. Yo he tenido que poner paños fríos a lo que estaba chamuscado cuando el aire traía en su alforja el olor de la carne cocida. Pero todo en ella tenía gusto a inconcluso, como si se hubiera quedado a una distancia respetable de la cima del cerro aquel. Correrle el velo, arrimarla a una nube, ayudarla a ser lo que no se atrevía, eso quería yo de ella. Pero ella quería otra cosa que nunca discerní. A veces he sentido que era la coartada perfecta para no estar completamente a solas con mamá Natalia. La excusa era estar juntos, comer porquerías en la arena, adentrarnos en el fango de las conductas que dicen que son propias de la gente feliz. Yo había cargado un par de libros y no mucho más. En esos tiempos con Natalia hija me alcanzaba. Claro que mamá Natalia gustaba de interponerse a su modo, acercándonos más. Natalia hija era el sol y se sabe que por bien que nos haga el sol la condición sine qua non es guardar una prudencial distancia. Durante el tardío desayuno, al calor del sol que se metía por las ventanas celestes, disertaba yo sobre la metafísica de las carretillas. Mamá Natalia ardía por dentro no sé si de amor (no me creo especialmente atractivo para las señoras mayores) y Natalia hija ardía de verle los ojitos encendidos a su madre. -Dichosa la que se case con vos, Sweety -me dijo para escozor de mi escozor y temor de mi temor. Natalia hija levantaba la mesa y urdía la venganza para cuando yo me fuera, que siempre me voy porque de ninguna parte vengo. En la arena yo leería porque es preciso que no estemos tan solos, que nos demos un pétalo, aunque sea un pastito, una pelusa. Natalia hija me estrujaba la espalda con el ungüento mágico contra los rayos del sol. Mamá Natalia reina con aire de primavera obscena mirando otros culos decía por ejemplo: -Mirá aquel: son dos bolsas de tornillos. Uy, este otro es para una antología, son dos lágrimas -y ya no podía decir más porque la embargaba la risa y nos contagiaba. Ese día se levantó un viento terrible y un mar de fondo traía hasta la playas las tripas mismas del mar. Juntamos los bártulos y nos fuimos a tomar el mate de la tarde al balcón. En eso tocaron la puerta y yo que me sentía el dueño de la casa fui a atender. Era él. Interpuse en mi defensa algún argumento de esos que están hechos para no creerse. Me fui solo y caminando, a tomar el colectivo que me depositaría de nuevo en mi urbe de cemento. Había envejecido diez años y el verano se había evaporado para siempre.

lunes, agosto 02, 2004

Para los que extrañaban Un hueso para la cena y no se habían dado cuenta aun, les cuento que Señora Peel ha vuelto a estar con nosotros, esta vez con tres caras y ese no-sé-qué que nos hace falta. Si quieren saber más dense una vuelta por (qué bardo los nombres!):
lágrima con azúcar y revuelta veámoslo con tus ojos inútil y necesario