lunes, mayo 31, 2004

Dentro de unos pocos minutos la ley me ordena atrasar el reloj por una hora lo que de otra manera significa que este día tendrá veinticinco horas. En esa hora extra uno puede hacer muchas cosas, especialmente si se trata sólo de pensarlas. Pero realmente no he hecho nada bueno hoy, nada edificante, nada para ir mañana al trabajo y hacer roncha como por ejemplo decir me presento a rendir en la mesa de junio y que les den por el culo a todos estos ignorantes. Nada de eso. Hoy tampoco abrí un solo libro que me acerque al mundillo de los leguleyos. Muy por el contrario, estuve entretenido leyendo a Melville, a Morrison, a Kierkegaard en ese recorrido casi mariposezco con el que suelo abocarme a la lectura, siempre fragmentaria, siempre superficial. Y casi seguro que mañana llego tarde a trabajar. Buenas noches.
La pubertad lo tomó en mal momento. Le iba demasiado bien en la escuela, viste, y eso termina siendo malo porque los pibes empiezan a menospreciar el valor del sacrificio, tanto el suyo propio como el de sus padres. Entonces cuando a uno le ataca la edad de la rebeldía se da la nariz contra la puerta y más de una vez. Así que el pibe creció y le llegó el momento de caer en la cuenta que esas muelas cariadas eran un problema estético más que de salud. Imaginate vos. Parece que el centro de la muela es la parte más blandita entonces el bicho lo disfruta como si fuera un manjar y cuando te querés acordar en vez de muela tenés una cáscara que para colmo de males es filosa. Y ahí no acaban los problemas. Te digo que el pibe se la creyó muy temprano. Hablaba ligero de cosas de las que no tenía idea. Dentro de su boca pasaba algo similar: tenía la mala costumbre de meter la lengua entre esos filos que te iba diciendo y dos por tres estaba lastimado. De poco sirvió el consejo materno de visitar al doctor Barragán. El papá un poco más comprensivo y pragmático hasta el escándalo quería dejar pasar un poco el tiempo, juntar unos mangos y pagarle un tratamiento de conducto que es mucho más caro, más doloroso, pero que sirve para toda la vida. La vieja se conformaba con que le rellenen las muelas con esas porquerías que llaman amalgamas pero que al par de años acaban por caerse. El pibe no escuchó ninguna de estas razones y se fue a ver a la doctora Cruz que era bastante nueva en la profesión pero tenía unas piernas bárbaras. Si te digo yo que este pibe a los trece años pintaba para viejo verde seguro que te reirías, pero él ya me había contado que la chaquetita de reglamentaria le realzaba las no pocas virtudes de la doctora. La laurita ya había ido por un tema menor, pero la mina se quedó corta de anestesia y ahí sí que supo que eran las estrellas, los quasars y los agujeros negros. Así que al pibe le metió mano la doctora Cruz y no pudo comer por varios días. Se juramentó no volver a pisar un consultorio en el esto de su vida pero sabés qué? Para mí que fue porque la Laurita le comía el flan que le preparaba mamá y con la panza haciendo ruido se complica saber qué es lo que va a hacer uno en el resto de su vida.
Un buen día tuve que decirle basta a tanta mudanza y fui a dar a mi actual casa. No fue una tarea difícil saber que era para mí. Compré el diario, me senté en la plaza más verde que tiene mi ciudad y abrí la página de los avisos clasificados. Y ahí estaba ella invitándome por unos pocos mangos y apenas a un par de cuadras de donde estaba sentado. Fue una bendición. Me pedían la misma plata que tenía en el bolsillo por el alquiler, mi habitación daba al naciente, con lo que en verano podría prescindir de las tiranías del reloj y qué se yo, cambiar de casa es volver a hacerse amigo de esos bártulos que uno carga de aquí para allá, que cargan encima los mismos maltratos que uno y los resisten sin hacer demasiadas preguntas. Claro que mudarse suele traer aparejada la necesidad de incurrir en algunas pequeñas erogaciones más o menos vitales. Por caso yo debí comprar perchas. Eran seis. Ni una más ni una menos. Mi ropa conocía perfectamente la rutina: del bolso a mi piel, de ahí a la sección lavado y de nuevo al bolso. Digamos que no era un aspecto central de una nueva vida, pero me pareció pertinente modificar algunas costumbres de la época miserable Sin embargo nada de eso es lo que quería decir sino otra cosa: el vacío que cabe en una percha. Puede decirse que una casa deshabitada es portadora de similar vacío, pero no estoy convencido de eso. La casa conserva el ansia de que alguien la habite, la limpie, la pinte, la decore. Una percha, en cambio, es un esqueleto desnudo que, en contraposición a la belleza de la desnudez humana, nada tiene para dar más que una pobre carcaza que ni como soporte de un trapo remeda el soplo de la esperanza. A diferencia de una casa vacía, no hay aquí ventanas que permitan que se filtre la vida; no hay atisbo de danza sino de muda quietud portadora de la nada y la no velada amenaza de abatir al todo.

sábado, mayo 29, 2004

Los últimos años han sido movidos para mí. Una ausencia enorme ha condicionado casi todos mis actos. Mi desidia académica, mi destino de trabajador errante, mi desorden afectivo, todo es culpa de una sola persona. Quiero decir de lo que ha quedado en mí de una persona. Hace unos cuatro años decidí dar vuelta una página de mi vida. Una vez más lo hice con una carta que clamaba por no ser respondida. Llegó una respuesta. Decía algo de no entender y ardían mis mejillas de tanta bofetada A partir de eso me mudé unas seis veces. De San Martín a la calle 113 bis, luego a la Perito Moreno de allí a Libertad; de ahí a Pellegrini, después fue Los Andes y ahora, desde hace un año y medio, es Moreno. Domiciliarme durante tanto tiempo en un solo lugar me ha causado algunas consecuencias gravosas. No entraré en los escatológicos detalles que suponen un inodoro tapado, un calefón rebelde, una ventana que no cierra bien. Nada de eso. Me aflige confirmar que, como lo había sospechado, en cada mudanza he cargado con un enorme armario invisible. Nunca requirió demasiado esfuerzo físico moverlo. Cualquiera diría que él se mueve por sí mismo y es veloz a la hora de buscarse el lugar de la casa en donde no estorbe. Sólo pude darme cuenta de una compañía invisible con el inexorable paso del tiempo viviendo en un mismo lugar. Es el viento el que moviliza el polvillo que se mete en cada papel que escribo, en los cubiertos, en el piso, en los muebles. Así en el transcurso de las semanas me fue revelando el oscuro secreto. Con parsimonia enérgica cada gramo de tierra fue deteniéndose en sus pliegues hasta mostrármelo con furibunda claridad. Nunca había osado abrirlo. De hecho no sabía siquiera que lo tenía conmigo. Pero en algún momento, algo se me extravió y moví cielo y tierra sin dar con el objeto. Al ver las líneas polvorientas del armario, quizá sin pensarlo, fui por él. Sabemos que las cosas que perdemos suelen esconderse allí donde no entraremos por ninguna causa. No menos cierto resulta que los monstruos como yo recorremos esos extraños caminos a los que nadie se atreve. Y es inexorable que un buen día del señor uno se sienta amenazado y reaccione como un animal encolerizado. Con los ojos llenos de ira lo encaré. Al abrir una de sus portezuelas casi perecí aplstado por una masa amorfa. Eran los malos pensamientos que acumulé todos y cada uno de los días desde que envié aquélla carta. Sentí el impulso de tomar a patadas al mueble inesperado pero una vez en la vida conté hasta cien, tomé papel y lápiz y volví a escribirle una carta a la causa de todos mis males. Por el amor del cielo le supliqué que me diera una mano, necesitaba un trabajo para salir de una vez del piojo. Alegué que cada fracaso me habìa convertido en un tipo más retraido, me había retaceado las amistades, el porvenir, incluso el rencor. Puse el sobre en el buzón y me senté a esperar. Nunca llegó una respuesta. Recién ahora ahora pude comprender que es preciso morir para resucitar.Recién ahora. Me hizo falta ser aplastado por el peso de las osamentas que fui acumulando, sacudirme de mí mismo como un perro mojado, empuñar la daga para saldar la cuenta pendiente. He escrito en mi diario: qué doblen las campanas de la parroquia de mi pueblo que de nuevo he nacido en tierra extraña sin dolor, sin rencor y sin memoria
A los once años lo único bueno que me podía pasar tenía nombre de mujer, aunque mujer y hombre eran términos que todavía no cobraban el rigor grave que les concierne. Comprenderán que el tiempo ha pasado y el recuerdo es cada día un poco más difuso. Apenas si en mi memoria acoge en su seno el bendito nombre y un par de cifras que hoy ya no sé si son el fruto de mis sueños primeros o el reflejo contaminado de lo que ahora quiero que hubiera sido. Se llamaba Ivon. Tenía rulos y sus ojos rasgados no se condecían con su apellido, pero a mí no me importaba. En esos tiempos no tenía mayores preocupaciones que seducir con las pocas armas que tenía a mi alcance. No sabía bien lo que hacía y no notaba cuán torpe era. Como es ley de la infancia, a ella le gustaba otro chico. Sin embargo sus tempranas turgencias eran generosas con mi tacto timorato. Juegos de chicos. Como aquella que a propósito de su derrota en algún juego debió besarme y le dio al beso tal furia que tardó largas semanas en marchitarse en mis labios. La contemplación de su breve falda en la fiesta de egresados me vedó saber que ya nunca más nos veríamos, que yo mudaría mis estudios a la ciudad dónde ella nació como si necesitara que el silbido del viento me recordara a cada paso su nombre: Ivonne, como ella quería.

viernes, mayo 28, 2004

Demasiadas golosinas, lo reprendieron sus padres cuando comprobaron que una caries se había apoderado casi por completo de la muela del pequeño. De qué puede culparse a un niño que no aspiraba más que a probar los pocos sabores dulces a los que aspiraba en la vida. Quién sabe si las baratijas envueltas en papeles dorados no eran el refugio para poner al cuidado la escasez de juguetes, la primera aproximación a la plaga de las privaciones. No te aguanto más, le dijo Susana a su marido Néstor la novena vez que le encontró vestigios de lápiz de labios en su chaqueta de médico. Tomó bruscamente la cartera y las llaves del auto y se refugió en su consultorio de dentista. El perfume de la anestesia la sedaba y el moldeado de las prótesis eran su arte, el único amor verdadero. En el apuro olvidó la vianda. La tarde estaría llena de pacientes atormentados y a ella acaso le crujirían las tripas. Abrí grande la boca, querido, y si te duele levantá la mano derecha. El anteúltimo paciente era una criatura con enormes ojos de susto. La había enternecido ver a la madre sobreprotectora sostenerle la revista que las manos niñas no podían sostener por los temblores. Oia, era la otra muela la que te tenía que extraer. Mil perdones, señora, no sé qué me pasó, me perdona? Estiró la mano en vano. Deseaba tener alguna evidencia de que por hoy se habían acabado los rechazos.

jueves, mayo 27, 2004

Al caer la noche tomará el colectivo que la llevará al pie de los Andes. Nadie la despide. Le espera un largo viaje que la dejará a un par de horas de su destino. Cree que los sobresaltos de la ruta serían mejores si le tocara un compañero de viaje que durmiera a pata suelta. Algún tipo posiblemente robusto, ojalá perfumado o más no sea con olor a limpio que no le dé charla apenas se siente a su lado. Su boleto quiso que le tocara el pasillo, pero prefiere la ventanilla. No es que hubiera demasiado para mirar. La noche es cerrada y la ruta, una cinta de asfalto de cara al poniente, a la derecha los jarillales, a la izquierda... Fue un sueño el que la empujó a juntar las pocas monedas que tenía y contarlas hasta llegar al mágico número: treinta y siete. Lo suficiente para llegar allá. Qué más. Tenía dos manos útiles, la cabeza hueca, el arrojo de un principiante, buen semblante, un par de pechos que eran un valle de río de aguas limpias. Le faltaba un nombre, un hombre, un destino. Había sentido hasta el hartazgo que todas las señales (las viales y las otras: el gesto de la gente, el rechazo que abruma y las puertas cerradas) le pedían que se fuera de ahí, a cualquier lado, en lo posible lejos, donde no pudiera recordar en qué estupideces había desperdiciado sus mejores años. Pero para qué pensar en eso si podía comprar un boleto que a veces es lo mismo que decir una vida nueva de la mano de algún gordito simpático, una casa con techo a dos aguas, frutillas y ron por las noches, arrumacos en el sofá por las tardes. En realidad nunca supo lo que quiso. La televisión le había mostrado que allá, que es muy lejos de acá, había nieve: nieve en los cerros, nieve sobre los techos, que los árboles venían altos y la gente ocultaba su yo debajo de inmensas camperas que terminaban en corderito cerca del cuello y ella nunca... Quería irse lejos, donde nadie la viera. Posiblemente trepar la montaña o, si la suerte no le era esquiva por una vez, encontrar una senda plácida, una huellita que la llevara lejos de ojos extraños. Quería jugar con la nieve, hacer un muñeco más alto que ella. Ponerle una nariz grande, quizá un sombrero y por fin derribarlo, tirarle encima su cuerpito frágil, quitarse la bufanda, estrangularlo hasta quedarse con sus vísceras blancas entre los dedos. Porque ella nunca... Nunca nada. Nunca nadie.

miércoles, mayo 26, 2004

Me miro las manos les veo un color morado que me dice que hace rato que hemos entrado en el reino del invierno y no puedo dejar de pensar cuánto bien me haría dejar de fumar en los escasos momentos en que saco mi humanidad al aire libre. Eso por no decir lo que me cuesta levantar los pies para correr al colectivo que de nuevo amenaza dejarme a la intemperie y lejos de casa aunque más no sea por veinte minutos y dos cigarrillos más. Y es previsible subir al colectivo y que casi no haya lugar sino allá en el fondo refunfuñando por haber tenido que dejar el pucho a la mitad otra vez y van... Pero es mejor apurar el paso y ganar el anteúltimo lugar no sea cosa que me lo arrebate el señor gordo que... pero ahora que no acabo de llegar caigo en la cuenta de que inexorablemente se sentara al lado mío. Elijo el asiento del medio entre los últimos cinco cobijando la vana esperanza de no perecer oprimido por tanto empleado público encamperado hasta las orejas. Caramba, pero de quié angel son estas medias color piel tan espantosas? y esta pollerita verde? Me duele en la nariz la mirada del señor gordo que duda entre sentarse o no sentarse. Mejor le facilito las cosas y me siento a una butaca de distancia de la pollerita verde y el tipo dice algo como que no quería sentarse porque el vehículo en movimiento se encargaría de sentarlo sobre algunas piernas. Y sí. El tipo se sienta en el medio y en vez de apretar a la de pollerita verde se recuesta sobre su izquierda -o lo que es lo mismo decir- sobre mi cuerpo cascoteado y ya no podré leer en paz el cuentito de Castillo que me tomé el trabajo de imprimir en la oficina. Busco otra cosa para mirar y atisbo el rostro de mi vecino de butaca y me conforta el alma saber que hay rubores que mi cara no conoce.
Dice un amigo (un amigo de esos que saben mucho de la vida y otras puñaladas, lo que lo excluye del renglón de amigos honorarios para ponerlo en el cuadro de honor de los grandes amigos aunque jamás haya estrechado su mano) que adolezco de la peligrosa capacidad de inventar lo que no sé. Supongo que el peligro radica principalmente en que mis invenciones producen la sensación de verosimilitud que dan los muñecos de cera, tan perfectos ellos que apenas uno puede darse cuenta de que son viles imitaciones mirando sus ojos extraviados. Me pasa a menudo que mis labios o mis dedos articular respuestas reflejas mucho más rápido de lo que le es dado a mi mente y que a pesar de sortear los obstáculos con holgura mi mente busca y busca -durante todo el tiempo que haga falta- una respuesta apropiada a esos interrogantes. Nunca la encuentro: es un hecho, pero hasta que me doy por vencido sigo dando respuesta a otros tantos reclamos cotidianos con similar insolvencia, como si de escaparme de este que soy se tratara. Tiene razón mi amigo: no me da el cuero para ser erudito en ninguna materia. Ya lo intenté vanamente. Está tan lleno de piedras el camino y de baldosas sueltas la vereda que prefiero mis respuestas provisorias, mis certezas en clave de evasiva, mis punzantes aproximaciones a la mentira. Nunca podré acometer la construcción de enormísimas teorías sustentadas en estudios previos. Apenas si podré dar pinceladas de mundos que se parecen a éste pero no lo son. Ha de ser mi condición de miope avergonzado la que me impide conformarme con lo que veo y buscar otras conexiones, previsibles algunas veces, invisibles en otras. Todo sea para no asumir mi condición de aprendiz de ciego.

martes, mayo 25, 2004

En esta fecha los trapos celestes y blancos cuelgan de las ventanas y el escepticismo convida a pensar que no es que la gente tenga banderas movida por algún interés patriótico sino más bien para que no los agarre desprevenido algún festejo deportivo. En esta fecha, por la mañana los escolares sacan a pasear sus guardapolvos blancos y sus maestras profieren emocionados discursos que no están exentos del almidón y de la rutina. Es costumbre invitar a alguna autoridad estatal que no se sonroja cuando canta el himno (casi como si lo rezara) ni siquiera al pronunciar el imperativo de vivir o morir con gloria. No me lo digan. Ya sé que es sólo una canción y a nadie debiera hinchársele el pecho al cantarla salvo que hiciera del trabajo cotidiano su oración, el poeta con sus versos, el carpintero con serrucho y aserrín, el escribano con su convencida rúbrica. La canción patria no debiera ser más que un recordatorio de que hace doscientos años un puñado de tipos que no sabían lo que hacían mostraron el camino. Sólo así puedo entender que en algún cuaderno viejo haya anotado tiempo atrás dichosos los que trabajan silenciosamente en la revolución y no lo saben.
Juanita y Simón se decían una pareja sin conflictos ni privaciones. Bah!, en este confín del mundo quien dice sin privaciones exagera y quien carece de conflictos hace rato que se domicilia en el cementerio. Sin embargo de ellos podía decirse que sabían vivir. Habían salido airosos de la competencia estúpida sobre la conquistas del confort que se plantea entre amigos cuando se pisan los treintaypico no porque tuvieran el sillón más mullido sino porque tenían uno muy enclenque del que abusaban con el desenfado de la adolescencia. A su mundo no había llegado la cocina afrodisíaco de la mano del Playboy Channel pero se relamían de sólo mirarse a los ojos imaginando en sus paladares el postre que seguiría al churrasquito miserable. No habían tenido hijos apenas por sentirse irresponsables o acaso para preservar en sus corazones su estado de perpetua honey moon que -sospechaban- acabaría por explotar en una paternidad abnegada y generosa. Era Juanita la que deseaba probarlo todo. Ya había sentido en sus muñecas el indecible pánico de subirse al techo a acomodar la antena del televisor y sentir que anidaba en sus piernas todo el viento que la tierra fuese capaz de soplar. Y sin embargo jamás dejó que fuera su marido el encargado de lidiar con la antena, el cable que amenazaba cortarse, la piel hecha un raso de miedo y el pelo eclipsando su mirar temeroso. Una día como cualquier otro se lo propuso: quería hacer el amor sobre el techo, verle la cara a dios desde más cerca, exponer su cuerpo a la sublevación de la sangre en las muñecas hasta la infausta antesala del colapso cardíaco. No fue una ocurrencia casual: siempre había fantaseado con llevar el amor a algún balcón, pero en los pueblos la gente vive al ras del piso. Quién sabe si no era mejor el techo que un balcón, demasiado expuesto a la curiosidad de la gente que ya tiene poco para ver. A Simón le entusiasmó la idea. Pergeñaron el horario, los elementos y en esa brega se sintieron de nuevo niños, conspirando contra la paz de la hora de la siesta y allá arriba alucinaron que las tejas eran tules y algodones. Un grito, o a lo mejor un movimiento brusco, -uno nunca lo sabe- y media docena de perros alborotados ladraban desde el piso y las vecinas dejaron por un rato la novela y mostraron sus narices y sus desavillés a la calle inocente.

lunes, mayo 24, 2004

Este blog se complace en saludar a Santos y Demonios por haber convertido en añicos la historia de las estadísticas de los weblogs argentinos. Ya sé que ha habido otros casos antes en que las cifras del tráfico de visitantes se han contado por miles al día, pero en este caso me parece loable la conquista, en tanto ésta se ha hecho sin malas artes, bajo tecnología blogger y powered by una sola persona.

domingo, mayo 23, 2004

Perdieron su tiempo los corsarios en la cacería del brillo dorado de los tesoros que nunca han sido más que el frío del metal cuando es daga en el cuello inocente. Perecieron devorados por Neptuno guiados por el afán sofista que confunde distancia con profundidad, riqueza con belleza, aro con oreja. No hubo jamás tales cofres. La madre de la creación nos jugó otra broma cuando nos metió en una cajuela de límites inciertos que de tan extensa y tan perfecta imita el diseño cupular que han inventado los arquitectos de antaño. Y es tan perversa esta maravilla que fluye en una mutación cromática sin pausas imponiendo las horas de la brega y el descanso. El cofre es enorme y estamos todos dentro de él. Los tesoros y los milagros son mitos los han creado un puñado de hombres malentretenidos, otros como yo que, en cambio, he preferido una mentira no tan ambiciosa como interesada. Prefiero decirles a las mujeres que no encuentran consuelo, que en mi casa, más precisamente debajo de mi cama, conservo en una caja azul con los besos que no he dado. La mayoría no muerde un anzuelo compuesto con tan poco esmero, pero la curiosidad precipita a alguna que otra a buscar el tesoro prometido. Si osan manifestarme que no han hallado evidencia alguna del preciado botín, las echo sin remordimiento ni contemplaciones. A mi casa no entra nadie que carezca de fe poética.

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Y dicho esto es preciso que responda al llamado de la puerta. Si la mirilla no me miente ha venido una señorita con gesto de impaciencia. Qué breve es el amor.

sábado, mayo 22, 2004

El fútbol debiera perdurar como muestra de que el camino a la victoria es hijo tesón y de la brújula pero ocurre a menudo que se le da demasiado centimetraje en la prensa diaria a la opinión de los fundamentalistas, sea del tesón, sea de la brújula, tanto da. Y se sabe que los fundamentalistas conocen una sola manera de mostrar supremacía: el llano aniquilamiento del oponente. Excluyamos del análisis a la globalización de los negocios -un fenómeno tan grande que merece el desprecio ecuménico- y pongamos la mirada en el juego propiamente dicho. De juego tiene cada vez menos ya que la disparidad de las fuerzas de los bandos que se enfrentan le da una inocultable previsibilidad a los resultados. Es notorio el incremento de la cantidad de atletas, dentro de cada equipo, lo que redunda en repeticiones que acaso hablen de practicidad pero que reduce las acciones a una especie de burocracia de pantalones cortos. Se trata, por todos los medios posibles, que las piezas no alcancen jamás el carácter de imprescindibles. Así, se evita a los estrategas que concitan para sí todos los brillos que son los únicos tipos idóneos para romper la previsibilidad. Si los hay, se los encorseta en funciones defensivas lo que constituye una herejía equivalente a poner a Dalí a pegar ladrillos. No es esta una apología de los genios estreñidos, que juegan cuando tienen ganas. El triunfo, además de la diferencia que imponen los genios, requiere de orden, de la solidaridad que implica actuar en conjunto.

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Como en el amor casi. Si las mujeres persisten en su tendencia de masculinizarse, pronto la pareja sabrá más de yuxtaposiciones monocromáticas que del equilibrio de los complementarios.

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La tía supremacía tiene varios sobrinos. No pretenderán que recuerde todos sus nombres, pero los mas pizpiretos son: nodo rector, voz oficial, guerra preventiva, superavit primario, alineamiento automático, destrucción masiva, human rights...
Los alemanes se aprestan a elegir en el día de mañana a su nuevo presidente federal. De acuerdo a su ordenamiento institucional, tal figura no es más que un ornamento, lo cual convierte al puesto en toda una tentación para los cazafortunas. El resultado de la contienda es previsible, pero esto no resulta óbice para que el electorado apenas tenga idea de los antecedentes de este señor al que los medios califican de "buen técnico aunque de escaso brillo político". Cuenta, entre sus logros, el haber piloteado la crisis argentina de fines del 2000, aunque por aquí sigamos a la deriva en medio de una tormenta cada vez más cerrada. De manera que podemos decir que somos un renglón en un curriculum vitae del nuevo presidente alemán. Lo que me causa un poco de temor es que allá (como acá) la gente sepa cada vez menos de sus candidatos, pero la lectura más apropiada es la que señala que cuando el mecanismo está bien aceitado da lo mismo que el timonel sea Juan que Pedro. Pero a hechos vista, también da lo mismo cuando no hay aceite, mecanismo, timón, ni Juan ni Pedro.
Doña Carmen, contra toda sospecha, ha arribado lozanamente a sus primeros setenta pirulos. Los hijos han crecido y su marido abandonó la dolencia que lo había confinado a una cama y el resto de las delicias de este mundo. Vive en una casa de cara al naciente y en ella despliega todas sus habilidades desde la más temprana hora que marca Febo y aun en los días nublados puede escuchársela corriendo muebles, lampazo en mano, siempre cantarina y sonriente. Me ha dicho más de una vez que su sonrisa es la que le permite hacerle frente a la artrosis y a la soledad. Los fines de semana la casa se llena de nietos y de perros que suplantan con holgura el ruido que ella hace cuando limpia las huellas del rigor del viento. A los nietos los soborna con platos generosos y a los perros los echa al patio para que destrocen las plantas y caguen y meen a placer. Por las tardes se quita de la boca el sabor a oquedad con las charlas indiscretas de una amiga mayor. No me lo ha dicho, pero sé que ama el otoño porque las hojas se multplican hasta el infinito y tiene mucho tiempo que dedicar al barrido. El otoño sí que es un buen amigo para las señoras solas.

viernes, mayo 21, 2004

la noche me encontró en un recodo tan oscuro que bastaba cerrar los ojos para encender una sinfonía de lámparas y luciérnagas, linternas y luces de giro, lastimeras imitaciones del sol pero tantas eran que la vigilia rozaba el sosiego. avancé a tientas, al límite de la fatiga y del quebranto y dí con una nueva bifurcación de la senda. cuando digo nueva quiero decir reciente porque hasta donde sé (y en la medida que le es dado saber a un míope) ya estuve alguna vez aquí y con desdén me entregué al camino que quiso el azar sin lamentarme -después- por el barro en mis medicinas, la cantimplora rajada y la sed. de nuevo las dos puertas qué habré de elegir si la suerte está echada otra vez

jueves, mayo 20, 2004

No es el amor el que tiene bifurcaciones estúpidas como dice Diego. Es la vida misma.
El deseo de subvertir el orden opresor me llevó, en mis tiempos de principiante universitario, a dejar de lado los cuadernos con espiral y renglones. Prefería, quiero sospechar, imponer como ley mi propio capricho gambeteando los el celo de la hoja prenumerada; prefería dejar que la tinta corriera sin otra guía que el alfabeto expresado en una caligrafía desvencijada y multivalente. De aquellos tiempos apenas si conservo alguna anotación. La mayoría perecieron a manos de las sucesivas mudanzas que me exigían premura y poco lastre. La temática de esos ayeres era variada: pequeñas claves de las operaciones de comercio exterior, rudimentos de visual basic, un breviario del código de navegación y cosas por el estilo. Me quedé con algunos brillos de Oscar Wilde, borradores de cartas destinadas a no ser enviadas jamás y una absurda montaña de interrogantes. La aspiración de abandonar la literatura fragmentaria me devolvió a la rutina de los espirales y los renglones de cuadernos que apenas uso. Ellos guardan más huellas de la lluvia que frases dignas de perdurar. Regresé a la hoja en blanco, doblada por mitades que luego corto con pulso parkinsoniano y puedo ver como los textos mediocres respetan renglones imaginarios y convidan a una lectura amigable. Pero en la mayoría advierto las menesterosas artes de un tipejo que escribe sin poder hacer pie y la letra le sale movida.

miércoles, mayo 19, 2004

Los comentarios debajo de los post son mútiples voces de la conciencia de los autores de cada weblog. Si los textos son buenos generalmente no son comentados porque de sí mismos surgen las lecturas multivalentes que le dan esa calidad. Si los textos son huecos, demasiado autorreferenciales o simplemente triviales el número de comentarios se eleva ostensiblemente. Hay weblogs que prescinden de los comentarios; otros, en cambio, viven a expensas de ellos. Por mi parte, me gustan porque me hacen sentir que no estoy gritando solo en el medio de la nada. Acepto las sugerencias, evacuo alguna inquietud, censuro a los que se esconden en el anonimato -sólo a esos- para agraviar mi cascoteado ego y me entusiasmo cuando son varios (ya que yo no puedo decir que sean muchos). Sin embargo envidio a los blogs que, por la claridad mental de su elenco estable de comentaristas, restan importancia cuando no anulan el genio del tipo que los redacta. Hoy me gustaría hacer de cuenta que este espacio pertenece a esa categoría. Esto viene a cuento de que hoy pensaba escribir un pequeño opúsculo sobre la amistad entre el hombre y la mujer, tema trillado y superficial si es que los hay, pero la buena de Inés me ha dejado un apunte al respecto que no me está dado superar que reza:

No hay mejores amigos que los ex-amantes. Cuando el amor se sublima.

De manera que me llevo mis ideas a otro lado y buenas noches.
La madre que me antecedía en la cola para la caja cargaba a su hijo en el changuito que es como suele hacerse en los enormes supermercados, fríamente calculados para el extravío de los cachorros y la histeria de sus madres. Puso su compra al alcance de la cajera, escuchó la cifra y acaso con un incierto temblor manoteó la billetera y de ella sacó la tarjeta. En su titubeo adiviné que si no es que le saltaba la leyenda "fondos insuficientes" le andaría cerca. Para suerte de ella los fondos fueron suficientes y con una sonrisa se aprestó a salir casi disparada del local, como si advinara que en su tardanza descubrirían el error que abriría las puertas de par en par al bochorno y se quedó su niño sobre el carrito vacío ya, estirando los brazos, queriendo decir algo que aun no sabía y sin tener la fuerza suficiente para gritar. Amargamente sonreí cuando vi a la madre volver sobre sus pasos con una expresión entre sorprendida y avergonzada, hacerle un lugar al niño entre las bolsas que cargaba y buscar con paso más seguro, ahora sí, la ansiada puerta de salida del templo comercial. Y deseé para mis adentros que los abandonos que le esperan a él como a cada uno de nosotros, sean pocos y que si la desesperación pretende ahogarnos aun nos quede la fuerza suficiente para gritar.
Ayer pensé por un momento que sería bueno decir algo respecto de los dichos del señor Blumberg en Mendoza. Pero después se me ocurrió que sería bueno darle lugar a una desmentida, la que naturalmente llegó por la noche. Pero la macana ya estaba hecha. Siempre creí que de la tristeza que ocasiona la muerte de un hijo no se acababa nunca y que si la muerte se producía en circunstancias que hicieran sentir un mínimo de culpa, ese padre no hallaba paz hasta el final de sus días. Por ese motivo ya se había deslizado en este espacio la sospecha de que el señor Blumberg actuaba más como un comerciante que deseaba tomarse de revancha por un negocio trunco más que el padre de un muchacho muerto a manos de la delincuencia. Ayer esa sospecha casi literaria se hizo carne en sus dichos. Se permitió justificar la muerte de un joven (casi como su hijo) bajo los garrotes policiales "porque estaba drogado". Mis dudas se orientaban, más allá del propio Bumberg, a la búsqueda de la mano que lo había escogido como ariete al servicio de la extorsión del sistema institucional argentino. Hoy creo que el que lo eligió, quienquiera sea, se equivocó muy feo. Un padre que no aprende nada sobre el dolor después de la muerte de un hijo no es un ser humano que merezca demasiada confianza. El que cree en las instituciones, por mediocres que sean, el que quiere la justicia, el que ansía que se termine de una vez el sistema de exclusión que los ingenieros sociales han diseñado para este país, ama la vida, todas las vidas. Incluso la de un miserable como usted, señor Blumberg.

martes, mayo 18, 2004

todo tiene gusto amargo y sin embargo tomo el mate que preparé con la yerba más barata que había y con el agua demasiado caliente que me dieron y todos los aceptan y lo toman en silencio sin un murmullo siquiera y lo tomo yo, aunque mucho no me gusta, menos si no hay de por medio un bizcocho, una galletita o la verosímil esperanza de que a alguien le nazcan de las manos bizcochos o galletitas de las manos antes de que se acabe la ronda pero sé que es vana mi esperanza y sin embargo la acaricio o quizá sea ella la que me acaricie y por eso me siento afortunado de estar acá otra mañana que viene a postergar la última.
Narran las historias que se han transmitido de generación en generación esquivando eficazmente a los libros, que en la antigüedad las gentes no eran corteses en su propia naturaleza. Muy por el contrario, cada vez que en las aldeas un lugareño divisaba la figura de algún hombre que no le resultara conocido, instintivamente echaba mano a la daga que siempre llevaba consigo. Considerando que el forastero hacía lo mismo, era de esperar que se examinaran el uno al otro, dagas en mano, describiendo círculos, vamos, como si de perros se tratase. Cuando ambos acordaban en el lenguaje de las miradas que era más conveniente parlamentar que destriparse, las cuchillas volvían a su sitio y se extendían las manos diestras como señal de buena voluntad. Si se supusiera que es gesto de cortesía saludar con un apretón de manos, podríamos concluir en que la carencia de armas en los tiempos duros ha hecho que las mujeres se mantengan distantes para siempre, ya que a ellas no les ha hecho falta el gesto de amistad, presumiblemente porque no portaban armas. Así, no resulta curioso que la amistad sea una versión algo más extendida de este gesto. Ser amigo es dejar de lado, al menos por un plazo prudencial, la armadura que exigen estos tiempos de diente apretado y mente alerta. Es mostrarse a cara descubierta colgando en la percha la piel y los prejuicios. Estas horas de lucha incesante nos han privado de la amistad lisa y llana. Cada quien se fabrica su propio tienda de campaña y es complejo compartir y edificar. Del mismo modo es arduo escabullirse en las milimétricas respiraciones que da la calma y apilar, grano a grano, los cimientos del palacete modesto que albergará los comunes jirones de felicidad y angustia. No cuesta adivinar entonces que no hay peor agravio que el que viene de boca de un amigo; sobretodo porque abusa de la voluntad de alguien que lo homenajeó guardando sus armas.

lunes, mayo 17, 2004

No supe lo que era la mala suerte hasta hoy. Convocado por la urgencia, acudí a satisfacer mis necesidades fisiológicas. En el acto previo, preparatorio de mi cometido, se desprendió un botón de mi camisa (podría decir que se trataba del último de la hilera, el inmediato vecino del cinturón, aunque el malhumor me impidió constatarlo). El muy terco no detuvo su marcha sino en el fondo del inodoro. No debí preocuparme en demasía: no se trataba de un botón original como esos que delatan su alta alcurnia exhibiendo un apellido grabado en ellos para quien quiera saberlo. Y también para el resto: los pusilánimes. Y sin embargo me invadió la tristeza desencantada de los domingos. Está visto ese pesar desconoce los calendarios y los horarios de oficina. Al original me detuve a pensar mientras miraba lo perdí sabe dios en qué batalla, tantas son y tan pequeñas. Nunca me detuve demasiado en eso. Llamaba más mi atención el inestable equilibrio de los hilos que, a los gritos, anunciaba la inminente ruptura del orden institucional. Esos quiebres son previsibles y las amenazas nunca se quedan en estado de amenazas. Basta observar la prenda de cara al sol, con el detenimiento de quien lee el futuro en los ojos del ser amado. A contraluz es notoria la mengua en la solidaridad entre los puntos del entramado. Con apenas dos puntos que se distancien comienza la callada, lenta pero inexorable, cuenta final. Los años de la camisa hacen mella en la voluntad comunitaria de los puntos y uno a uno abren la brecha que pronto será la puerta del desamparo. Con la abierta casi abierta al desamparo a nadie debiera importarle un botón mal pegado. Eso dicho para eludir otra verdad no menos cruda: el frío de algunos baños apura tiempos que son urgentes por su propia definición. Y sin embargo hay alguna gente que escarba entre las mínimas cosas que le suceden a diario en busca de las profecías que puedan portar esas metáforas. Yo soy de esos. Por eso es que me quedé pensando qué razón habrá llevado al botón a creer que es peor someterse a las cómodas ataduras a una camisa antes que ahogarse en el fondo de un inodoro.
Yo escribo también para conocerme. Es así que no puedo ocultar mi sorpresa ante algunas lecturas -seguramente más detenidas que las que yo hago- que hacen los visitantes de este espacio. Acaso sea que aun no he delineado con precisión el perfil del principal protagonista de mis historias: yo mismo.

domingo, mayo 16, 2004

el retador sabe que la batalla es ardua, y es ardua por no ponerle desde el vamos el calificativo de imposible, de otra manera cómo se las ingeniaría para mantenerse con el mentón desafiante, con la mueca en los labios del estudiante que pierde sus ojos en ese punto del universo en el que se encuentran reunidos todos los saberes que tomó prestados de la despensa de su maestro, repasando en la mente cada golpe, cada hesitación, el gesto apropiado a un impacto imprevisible, la medida del sudor, el roce y la retirada, cómo hacerle frente a la historia escrita sin perder la fe en la persecución de los milagros, cómo responder mañana al teléfono si el oído va a menos y la vista se empaña con manchas rojizas, prolijos charcos de sangre fenecida y sin embargo creer que el aire que acaricia planicies y recodos aun sirve de algo, como la bengala de un naufragio que implora a los cielos y a los hombres una respuesta y la respuesta se empeña en no llegar.

jueves, mayo 13, 2004

Durante estos días dediqué varias horas de mi tiempo ocioso a recopilar textos viejos, de esos más que lamentables que volcaba en el blog que precedió a este. Ya he comentado por ahí que sentí una sensación vecina a la compasión. Dejemos en un segundo plano las falencias ortográficas y gramaticales, que eran muchas más de las que yo pensaba, y deténgamonos en el contenido ¿Qué hago yo hablando de revolución? ¿Quién me manda a despotricar contra el poder punitivo del estado ausente? ¿A quién habrán arrancado una sonrisa las ironías de un torpe con un lápiz en la mano? Me dio más bronca saber que era muchísimo lo que se había acumulado. Según me dicen, ahora escribo mucho más que antes. Puede ser cierto. Me resulta mucho más barato que el consumo de otro tipo de estimulantes y lo necesito de manera imperiosa. Sin embargo, cuando pasé la hoja cien (los demonios se esconden bajo los números redondos, por eso los homenajes) sentí una angustia muy profunda. Nunca había escrito tanto, ni de esa manera. Me desconozco absolutamente. No he sido yo, es lo primero que me sale decir. Pero dramáticamente sí: soy yo que he tenido la suerte paralela a la desgracia de empezar a escribir en un blog, a la vista de la poca gente que me visitaba y me dejaba su voz de aliento. Mi marca es la de no pemitirme dejar enfriar los textos, mostrarlos con mi descaro de principiante y que le guste al que le guste y al que no le regalo medio kilo de odio empaquetado y con moño. La desgracia fue que naciera la adicción al exhibicionismo de la que hoy no veo posibilidad de escaparme. De un tiempo a esta parte me he convertido en esto que está escrito, que ya no es mío; es todo de ustedes, de sus caprichosas lecturas, de sus piadosas contemplaciones silenciosas. Confieso que al principio me preocupaba escribir y hacerlo bien, o al menos de un modo decente. Ahora me preocupa que no hay ninguna cosa en mi vida miserable que me produzca tantos deseos de asirla como el texto que viene: el que no se deja atrapar, el definitivo.

hambres de labrador

Si es cierto lo que me aconsejan, no he dejado de hacer las cosas que hacía cuando era un adolescente rebelde. En realidad, sí hago otras cosas pero la asignatura pendiente sigue siendo erradicar de mí el andar displicente. Cuando era un pendejo mi padre me llevaba a trabajar con él. Así debí aprender los secretos de la carnicería, de la albañilería, pero sobre todo del cultivo de la tierra. Para ser preciso debo decir que no aprendí casi nada. Sólo recuerdo que era hermoso volver a casa despúes de una larga jornada de labor, bajo un sol inclemente, soportando en la picazón de bichos de toda índole. La vida me ha deparado pocas cosas más gratas que el regreso a casa con la azadita al hombro cuando la noche caía y en casa me esperaba un baño acogedor y una cena suculenta. Por lo visto aun me gusta sembrar pero mantengo el desapego por las tareas culturales. La ecuación es sencilla: sólo una mano más fuerte que la mía podrá darme de comer con tan miserable cosecha.

el fabricante de caparazones

Fue cruel descubrir que como charlatán no sería simple ganarme la vida. Aunque embaucar señoritas ha sido desde siempre una de esas artes desdeñadas por los tratados de estética, la ejercí con fruición. Claro que la paga era más bien poca y es una verdad a gritos que las señoritas se aquerencian con suma facilidad y no tardan en erigir esos castillos imaginarios que sirven para encerrar a príncipes que se llaman Lucas, Matías, Manuel. Visto así, puede notarse que la querencia atrae al dispendio, a la bancarrota y por último a la histeria. Tal vez por eso dejé esa brega. Pero seamos sinceros aunque más no sea por un renglón. Las señoritas embaucables padecen todas ellas de una malformación que no es congénita. Muy por el contrario. Con el tiempo va tomando una forma más perfecta que los comunes engendros naturales. No se menosprecie la paradoja de que algo se acerque a la perfección en cuanto peor se aparezca. La malformación responde a una lógica inversa a la que prevén los catálogos de leyes biológicas. Aquí primero se da la nada, luego una ínfima cicatriz que se agranda hasta ser una herida. Esa herida, no atendida a tiempo, pone a la carne viva al alcance de los ojos cuando menos se lo espera. No lo leí en ningún libro. Esta enfermedad me fue revelada espaciosamente en las lejanas noches en que la vida se me dibujaba tan fácil como abrigar las penas con cerveza y penumbra. Quede asentado que soy poco versado en ciencias: es notorio, por otra parte. Sin embargo, mi falible intuición me deja sospechar que en la Historia hay pocas fábulas de alquimistas que descubren el remedio a la par que la enfermedad. Sí. Mientras charlábamos en ese extraño ritual que se llama “conocernos” no se hacía esperar el descubrimiento de la piedra en el zapato de estas niñas, la infausta razón de que viniesen a mí descorazonadas y sangrantes. El aguijón que las lastimaba solía ser trivial, o para mejor decir, demasiado habitual, casi pedestre. Una muerte, un abandono, un coito interruptus son malestares que están al alcance de la mano por no decir que son nuestra camisa, nuestras medias. El método se deja admirar tanto como despreciar de tan simple que resulta. No lo bauticé porque nunca se me ocurrió que iba a tener que contarlo, montarme en mi idea como caballito de batalla, hacerme dueño de ella sólo por ponerle el rótulo. Eso preferí dejárselo a los ladrones de poca monta que se dicen sociólogos, investigadores de ciencia blanda. Sólo había que formular preguntas, las más tontas que se pudiera, realizarlas a tientas, como quien busca en la oscuridad el interruptor que lo arranque de la noche y tener mucha paciencia. El arrebato de una mujer en carne viva se ha cobrado más de una vida útil. Descubierta la piedra sólo restaba extrapolar causas y efectos para verificar que esa piedra obró como inflexión. Eso que los letrados llaman epifanía. En rigor de verdad, y sin ánimo de echar luz sobre el secreto de la cura, sólo diré que remendaba la herida con palabras inconexas y silencios inoportunos, con calma y sin pasión, que ya era demasiada la que tenía enfrente. Sin más plano que el que el contorno de los rostros que dibuja la luz de un cigarrillo cuando se lo pita, debía arreglármelas para diseñar y aplicar un caparazón. Ahora que lo leo me parece tan tonto el procedimiento que no puedo perdonarme mis errores de novato. Es que divisar la luz al final del túnel siempre convidó a la premura y en la premura se hace reina la torpeza. Al cabo, las señoritas se convertían, ya curadas, en espantosos seres que hacían del pragmatismo su religión, quiero decir, en gente detestable. Pero qué más podía esperarse de una cura mágica. En el peor de los casos yo acababa ebrio, agotado y obligado a revolear por los aires a alguna señorita confundida por mis alardes de aprendiz de mago. Quedó dicho que abandoné esas charlatanerías. No he podido evitar la ligazón con los caparazones. Ahora en vez de preguntas y penumbras uso mis mocos y las uñas de las que me provee una amiga pedicura. El arte es vender un objeto tan desagradable como poco funcional. Ya ven que en este rato no he parado de hablar y sin embargo no he vendido nada.

miércoles, mayo 12, 2004

setenta y dos, setenta y uno, setenta... puño cerrado, gesto erguido, rodillas tamblorosas... sesenta y ocho... no podía durar, siempre supe que ellos ganarían, con su ética de letrina, bigote, faso y ... sesenta y cinco... yo conozco la tentación es una rubia teñida que se hizo puta porque el marido no le paga las tinturas... sesenta y tres... se abre de gambas al mejor postor pero ni aunque tuviera, te juro, pucho... sesenta y uno... tocarle la puerta a un cuatro de copas que ahora mira por arriba del hombro?... sesenta... yo no fui ni tengo nada que ver con eso... cincuenta y seis...
uno de los problemas de nacer y morir todos los días es que mi mochila esta vacía de abrazos. hoy ha sido un día duro y hace una semana que no recuerdo lo qué es apoyar la cabeza en la almohada y dormir.
si el azar me devuelve al camino no buscaré revancha. no creo que sea porque en mi no resida el odio. al odio me lo amputé en un viaje del que volví más gordo pero más liviano. pero renació en mí. debe haber quedado algún residuo en alguna célula y tardó unos pocos años en crecer. pero no sé lo qué es la revancha. tengo para mí que un menesteroso con los zapatos gastados como soy yo también puede tener un puñado de virtudes austeras. una de ellas es saber olvidar. si al menos el odio me devolviera a mi lugar, pero no. apenas sirve como dilación y ya no tengo demasiado tiempo para perder.
soy de los tontos que no pueden asumir un nuevo desafío sin llorar a moco tendido, en soledad, como se debe, desmesuradamente, como si se acabase todo lo que he tenido y no hubiera mañana, con el instinto de quien quiere quemarlo todo con el alcohol que sale de sus ojos y la chispa de un chasquido de dedos.
Una ley del estado provincial, como si tuviéramos pocas leyes y cumpliéramos a pie juntillas con alguna, dispuso la prohibición de fumar en oficinas públicas y otras tantas declaraciones de principios. Sus preceptos, a pesar de estar contenidos en una norma sancionada con todas las formalidades que impone la Constitución, no excede del limitado carácter de declaración de intenciones, en tanto no se ha previsto un régimen sancionatorio para quien quebrante su vigencia. El derecho positivo es el cuerpo de las leyes que rigen en un territorio en un momento dado, incluso las de éste tipo, por ocioso que parezca. El derecho natural, en cambio, se compone de los preceptos no escritos que hacen a la convivencia de las personas en su carácter de tales. Digamos que la prevalencia del derecho natural sobre el positivo sería una gran noticia para remediar las perversiones de esta sociedad enferma. Por caso, una acompañera de trabajo, poco agraciada físicamente, estudiante avanzada de derecho, que no obstante eso se empeña en no pronunciar las eses que denotan los plurales de la lengua castellana, me informo que si yo encendía un cigarrillo, ella me haría cumplir la ley volcando sobre mi humanidad un recipiente de agua hirviendo. Tal nota no la pinta como una personal cabal, pero la amenaza surtió efectos por lo que diríase que fue un adecuado procedimiento preventivo. No por ese motivo, sino por respeto a otros compañeros, igual de sensibles pero con mejores modales, es que salgo a fumar a los gélidos pasillos de mi trabajo. Sea por la necesidad de fumar o porque un helado pasillo es más acogedor que un cálido lugar de trabajo, se fomenta -involuntariamente, es cierto- el nacimiento, crecimiento y coronación de numerosas relaciones humanas. En esos tibios menesteres me encontraba esta mañana, cuando en rauda marcha pasó ante mí un compañero que se excusó de saludarme con detenimiento porque debía huir con urgencia a su otro trabajo. Sin embargo, tuvo la gentileza de decirme que un día de estos me saluda. Estuve tentado de decirle que alguien encendió la mecha y a mi cuenta regresiva le queda cada vez menos, que estuve leyendo apasionadamente a César Aira y que descubrí un montón de autores que me hace falta leer, que no sé bien qué hacer con mi vida (aunque eso seguramente no le resultaría novedoso), que aunque no convivo con ningún infante, tampoco puedo dormir por las noches, que hace viento, tiempo, paradoja, muerte... pero preferí dejar que se fuera. Iba demasiado apurado.
From: REDACTOR ESPASMÓDICO Sent: Wednesday, May 12, 2004 20:15 To: Redacción PATAGONIAN REVIEW Subject: Los tiempos y ahora MODERN TIMES La ciencia nos ha acostumbrado al progreso, al vértigo del avance sostenido y sin dilaciones, a la comodidad, a la reducción de esfuerzos. Pese a las incontables ventajas que nos ha deparado la tecnología, el hombre no ha cambiado sustancialmente. O, para decirlo mejor, el hombre se ha permitido dejar que aflore, bajo mil diversas formas, su componente más vil. Para utilizar nombres propios y alejarnos del fangoso terreno de las abstracciones, comencemos este austero inventario. Los niños ya no saben qué es una zanahoria. En realidad sus madres han extirpado al mísero tubérculo de la vida cotidiana. Los borregos, más ocupados en la TV y en el play station que en jugar con tierra, sospechan que todo es generado por plataformas informáticas como matrix. Pero volviendo a las amas de casa, es bueno decir que es un procedimiento bastante sencillo hervir agua y arrojar en forma de lluvia algún alimento bajo la apariencia de polvo. En realidad, dicen que son alimentos; a mí no me consta. Así, al cabo de unos momentos, al polvo maloliente se ha diluido en el líquido, y puede saborearse algo parecido a una apetitosa ensalada, un asado de tira o seis porciones de ravioles a la parisiennes. Para remediar la escolarización incompleta de una gran parte de la población, se instituyeron bachilleratos un poco más cortos, desprovistos de los ornamentos que caracterizan a la educación de los adolescentes. Ello dio como resultado el acortamiento de la currícula aunque el título obtenido al cabo de los cursos sigue siendo el mismo. Eso no sería malo si se considerara que el segmento de la población (adultos con más de un trabajo, cónyuge, hijos) al que va dirigido debe dividir su tiempo en numerosas actividades. Lo malo es que de esos cursos también participen quinceañeros que sólo quieren el resultado rápido. No es el único caso. Ni siquiera el peor. Pululan en las librerías y establecimientos de mala muerte los libros del género "Aprenda guitarra en una noche". La virtud, la destreza, el conocimiento son hijos del tiempo y del esfuerzo sostenido que se encamina a un propósito. Eso es lo que estamos perdiendo a plena luz del día. El humor bien entendido, por citar un ejemplo que me preocupa especialmente, se articula sobre los cimientos de un código común. Crear ese código es una faena ardua, no exenta de dificultades. Por eso una persona común, dueña de una cultura general media, se ríe más con las ocurrencias de sus amigos más que con los programas de televisión. Y no es extraño que así ocurra. Convocar a la risa de las masas debiera ser una tarea seria, realizada con el cuidado que merecen las obras artísticas. Sin embargo, esta era de comida chatarra, pañuelos descartables y comunicaciones ultraveloces, necesita resultados rápidos, masivos, al alcance de cualquier melón. Eso es lo que se conoce hoy como eficacia. Esquivamos cualquier cosa que se parezca al esfuerzo en aras de ser más ociosos. La pregunta es qué haremos con el tiempo que nos sobre si llegado el caso todo es más fácil, todo está al alcance de nuestras manos. La respuesta estará fuera de los límites del saber pre-masticado que otros, quienes manejan los hilos de este teatro de marionetas, pretenden, con fundamento o sin él.
From: REDACTOR ESPASMÓDICO Sent: Wednesday, May 12, 2004 19:28 To: Redacción PATAGONIAN REVIEW Subject: tiempos de ahora NUESTRAS LEYES La ciencia nos ha acostumbrado al progreso, al vértigo del avance sostenido y sin dilaciones, a la comodidad, a la reducción de esfuerzos. Pese a las incontables ventajas que nos ha deparado la tecnología, el hombre no ha cambiado sustancialmente. O, para decirlo mejor, el hombre se ha permitido dejar que aflore, bajo mil diversas formas, su componente más vil. Para utilizar nombres propios y alejarnos del fangoso terreno de las abstracciones, comencemos este austero inventario. Los niños ya no saben qué es una zanahoria. En realidad sus madres han extirpado al mísero tubérculo de la vida cotidiana. Los borregos, más ocupados en la TV y en el play station que en jugar con tierra, sospechan que todo es generado por plataformas informáticas como matrix. Pero volviendo a las amas de casa, es bueno decir que es un procedimiento bastante sencillo hervir agua y arrojar en forma de lluvia algún alimento bajo la apariencia de polvo. En realidad, dicen que son alimentos; a mí no me consta. Así, al cabo de unos momentos, al polvo maloliente se ha diluido en el líquido, y puede saborearse algo parecido a una apetitosa ensalada, un asado de tira o seis porciones de ravioles a la parisiennes. Para remediar la escolarización incompleta de una gran parte de la población, se instituyeron bachilleratos un poco más cortos, desprovistos de los ornamentos que caracterizan a la educación de los adolescentes. Ello dio como resultado el acortamiento de la currícula aunque el título obtenido al cabo de los cursos sigue siendo el mismo. Eso no sería malo si se considerara que el segmento de la población (adultos con más de un trabajo, cónyuge, hijos) al que va dirigido debe dividir su tiempo en numerosas actividades. Lo malo es que de esos cursos también participen quinceañeros que sólo quieren el resultado rápido. No es el único caso. Ni siquiera el peor. Pululan en las librerías y establecimientos de mala muerte los libros del género "Aprenda guitarra en una noche". La virtud, la destreza, el conocimiento son hijos del tiempo y del esfuerzo sostenido que se encamina a un propósito. Eso es lo que estamos perdiendo a plena luz del día. El humor bien entendido, por citar un ejemplo que me preocupa especialmente, se articula sobre los cimientos de un código común. Crear ese código es una faena ardua, no exenta de dificultades. Por eso una persona común, dueña de una cultura general media, se ríe más con las ocurrencias de sus amigos más que con los programas de televisión. Y no es extraño que así ocurra. Convocar a la risa de las masas debiera ser una tarea seria, realizada con el cuidado que merecen las obras artísticas. Sin embargo, esta era de comida chatarra, pañuelos descartables y comunicaciones ultraveloces, necesita resultados rápidos, masivos, al alcance de cualquier melón. Eso es lo que se conoce hoy como eficacia. Esquivamos cualquier cosa que se parezca al esfuerzo en aras de ser más ociosos. La pregunta es qué haremos con el tiempo que nos sobre si llegado el caso todo es más fácil, todo está al alcance de nuestras manos. La respuesta estará fuera de los límites del saber pre-masticado que otros, quienes manejan los hilos de este teatro de marionetas, pretenden, con fundamento o sin él.

lunes, mayo 10, 2004

Debe ser un exceso de ingenuidad de mi parte, pero no tiene sentido ocultarlo. Cada vez que veo a algún intelectual contemporáneo que es presentado como filósofo y a la par escribe columnas en diarios o participa en inconducentes debates televisivos junto a personajes de diversa calaña (talk shows, les llaman), me da un ataque de caspa. Comprendo que la filosofía, en particular la metafísica, persigue un saber sin aplicación práctica, el saber por el saber mismo según decían los antiguos. Entonces qué hacen discutiendo dónde hay que internarlo a Maradona, o la razón por la que la parcialidad de Chacarita Júniors se acarra a piedrazos con la policía o de las conductas que son pasibles de punición del Código Contravecional de la ciudad de Buenos Aires. Del mismo modo, cualquier zapallo se presenta como maestro o profesor de "artes" marciales. ¿Cómo puede ser que a nadie le moleste que algo pueda ser arte y -al mismo tiempo- marcial? ¿A nadie le fastidia que haya maestros en el arte de dar patadas descendentes sobre el cráneo de alguien? Nada más por hoy. Demasiada perplejidad para un lunes.
From: REDACTOR ESPASMÓDICO Sent: Monday, May 10, 2004 22:15 To: Redacción PATAGONIAN REVIEW Subject: los chambones siempre chamuyan al cuete III Sabés qué, Puccini? habrá que premiar al que invente la máquina que nos permita viajar en el tiempo. Te confieso que mataría por ver a los monjes copistas del siglo IV articulando letra o letra sin más instrumento que la pluma y la escupidera. Y mirá que en esa época la gente tenía tiempo y escribían libros interminables. Antes de que el sueño me derrumbe te adjunto un apunte que me quedó de la escuela secundaria sobre la relación entre los cerdos y la literatura. No es muy esclarecedora, pero tené en cuenta que yo tenía 15 años. Ta mañana. DE CERDOS Y DE LIBROS No obstante la proliferación de criaderos y de apologistas, la literatura de todos los tiempos no ha sido demasiado amigable con los cerdos. Sin ánimo crítico ni esclarecedor repasemos estas anotaciones rápidas. Las Escrituras tienen al respecto un párrafo esclarecedor: "Cuando Jesús llegó al otro lado del lago, a la tierra de Gadara, dos endemoniados salieron de entre las tumbas y se acercaron a él. Eran tan feroces que nadie podía pasar por aquel camino; y se pusieron a gritar: - ¡No te metas con nosotros, Jesús, hijo de Dios! ¿Viniste acá para atormentarnos antes de tiempo? A cierta distancia de allí había muchos cerdos comiendo, y los demonios le rogaron a Jesús: - Si nos expulsas, déjanos entrar en esos cerdos. Jesús les dijo: - Vayan. Los demonios salieron de los hombres y entraron en los cerdos... " En la Odisea, se cuenta que a Poseidón no le gustó nada que Ulises dejara ciego a su hijo Polifemo y se cargó la única nave que por entonces quedaba de la mentada flota. Así, Ulises y algunos compañeros llegaron a la isla de la maga Circe, la que muy presta convirtió en cerdos a todos los compañeros del protagonista y a este se lo agenció durante unos cuantos años. En algún anaquel escondido de la literatura española puede consultarse a Josep Pla en su obra Las Horas que hace un racconto descriptivo sobre las épocas del año y qué es lo que se hace en cada una de ellas que contiene un preciso capítulo sobre la matanza del cerdo. Más acá en el tiempo Cien años de soledad, la novela que consagró a Gabriel García Marquez cuenta la vida de siete generaciones de la familia Buendía, durante cien años a partir de la primera pareja (Úrsula y José Arcadio Buendía) y hasta el último descendiente, que nace con cola de cerdo y es comido por las hormigas, lo que significa la desaparición de la familia. El Diario de la guerra del cerdo de Adolfo Bioy Casares, a pesar del resultado de tal guerra, no es demasiado acogedor para el nombre del animalejo. Cómo olvidar, ya que estamos entre referencias literarias y bondades porcinas a la revista Cerdos & Peces; o a Mayor, Napoleón y Snowball, los protagonistas de Rebelión en la Granja, la hermosa metáfora de la Revolución Rusa que nos legó el bueno de George Orwell. No importa que uno de ellos fuera bueno, uno torpe pero voluntarioso y uno brillante. Eran cerdos. Todos cerdos.
From: REDACTOR ESPASMÓDICO Sent: Monday, May 10, 2004 21:25 To: Redacción PATAGONIAN REVIEW Subject: los chambones siempre chamuyan al cuete II Te gustó la referencia cerdística? Te mando otra, pero no creo que sea digna de publicación. Un abrazo. (y que nos tiren los perros!) LOS CERDOS NOS MIRAN Suponiendo que voy a terminar pronto con esta corresponsalía, hoy concurrí a la peluquería a hacerme pelo y barba, no sea cosa que mis favorecedoras y amigos sospechen que el que ha vuelto es una mala copia del original. Desgracidamente no pude cumplir con mi cometido porque había demasiada gente y yo soy un tipo de poca paciencia. Pero para lavar mi conciencia de impaciente me senté a esperar mi turno en el referido establecimiento. Tomé una revista al azar y me instalé en el sillón que parecía más mullido. Lo interesante del caso es que dí con una nota sobre la conveniencia de extirpar al porcino de nuestra vida para siempre. Lamentablemente no iba provisto de mis instrumentos de trabajo, así que apenas si puedo conservar en mi mente el recuerdo borroso de la nota, pero pongamos que decía cosas como éstas: Durante la segunda guerra mundial en la famosa campaña del norte de Africa bajo el mando del Mariscal Rommel, se enfermaron muchos soldados alemanes de “úlceras tropicales”. Estas eran fétidas ulceraciones de las piernas que realmente los inutilizaban para la lucha. La permanencia en lazaretos era larga y finalmente debían ser trasladados a zonas de clima más benigno. Después de agotar todas las medidas terapéuticas ortodoxas se pensó que quizás la alimentación de la tropa tenía algo que ver con este penoso asunto. Los nativos no las presentaban y comparativamente lo único que no consumían era cerdo. Se procedió a eliminar de la dieta dicho alimento y las lesiones desaparecieron prácticamente desde ese mismo instante. El poder asesino el enemigo porcino se ha experimentado en animales para redondear mejor la visión de conjunto. Perros Boxer, por ejemplo, si se les dá carne de cerdo enferman de eczepruriginosis y viven mucho menos en promedio, pues las enfermedades internas y la sarna que los invade suelen ser malignas y precoces. Lo mismo se afirma de animales de circo, especialmente de leones y de tigres, a los cuales si se los alimenta con cerdo se vuelven perezozos y obesos, presentan epistaxis e hipertensión. El propietario de un criadero de truchas las vió morir en cuestión de días por haberlas alimentado con fino picadillo de carne de puerco. Aquellos seres humanos que se acostumbraron a consumir esta carne llegan a ser prácticamente adictos a ella. Basta oír las protestas de los enfermos cuando se les quita este elemento nocivo de su dieta. Los porcinómanos encuentran toda clase de disculpas para comer puerco. Rechazan enfáticamente la culpabilidad del animalito en sus dolencias y justifican su menú con toda clase de razonamientos, al igual que fumadores y bebedores. La lectura del artículo calmó la molestia por la espera infructuosa, pero me dejó un gran interrogante. Viendo que la ingesta de este animal inútil (su ausencia no causaría disfuncionalidad a este planeta) enferma y mata a animales necesarios, ¿no es una buena metáfora de esos escritores que en su afán satírico y corrosivo contaminan a los buenos valores que siguen surgiendo?. Yo creo que sí. Es clara la sintomatología: primero es la pereza y por último la muerte. La del pensamiento, la peor de todas.
From: REDACTOR ESPASMÓDICO Sent: Monday, May 10, 2004 20:44 To: Redacción PATAGONIAN REVIEW Subject: los chambones siempre chamuyan al cuete Pucho querido: Me llegó el rumor de que los subnormales de siempre siguen en su plan de desacreditarme. Qué saben los cerdos de los nombres y apellidos. Dejalos que sigan chapoteando en su chiquero que ya les va a tocar comer su propia mierda. DE QUÉ SE RIEN Narran las crónicas la historia de un pueblo que sobrevivió a todas las calamidades que pueda alguien en su sano juicio imaginarse. Eso y más. Sin tenerles demasiada simpatía por razones que el pudor me impide develar, puedo confesar -ahora sí- que me asombra el humor con que han tomado sus pestes. No me he tomado el trabajo de analizar la composición por edades de la gente que habita en esta islita. Qué saben las estadísticas de lo que verdaderamente le ocurre a la gente. Quién cree que las acumulaciones de datos sean idóneas para extraer certezas, realizar extrapolaciones, obtener resultados concluyentes. Pero si puedo decir que he visto muchos viejos. Andan en manada, casi como los niños en plan de travesura. Supongo que los auna, además de la debilidad, la suposición de que juntos pueden defenderse con mayor eficacia de los peligros que pudieran asistirles. Juntos me han causado algún temor. Resulta chocante ver una horda de gente que es distinta a uno y no tiene en reparos de examinarlo de pies a cabeza en busca de alguna nota distintiva que evite las preguntas. O sólo para hacer que el extraño se sienta más extranjero de lo que realmente es. Los he visto reír aunque no pueda decir de qué se ríen. Pretendí oír sus charlas pero me resultaron lejanos balbuceos de un código que no distingo. Un existencialista (estuve tentado de incorporar el aditamento "de mierda", pero me pareció redundante) como el que esto escribe se asombra de la risa de la gente -como la de aquel pueblo desgraciado- cuando no atisba las causas. Máxime a esas alturas en que la infelicidad opresora sabe a asfixia. Entonces la risa se parece más a la mueca cruel del insulto de alguien que se cree superior. Sin embargo, el redactor de este austero opúsculo se complace en saber que toda superioridad es efímera y que la risa-insulto no puede durar más que lo tarda en esparcirse en el aire la flatulencia de una señora gorda.
Que nadie espere que responda las boludeces de gente que no escribe con nombre y apellido.

Mediate INXS Ha de salvarse la distancia que media entre un edificio y otro pisando sobre una delgada cuerda. Los temerosos se valen de cuerdas gruesas amputando el riesgo y el encanto, esos hermanos siameses en los que se funda nuestra fe. Los valientes utilizan la cuerda más delgada que consigan y se mueven, en su avance, tentando a la caída. A cada paso que dan sienten que falta menos para que la cuerda se corte. Sin embargo comprueban al llegar que el esfuerzo a valido la pena. Los sucesivos participantes de la prueba experimentan orgasmos que los sabios no pueden explicar. Y yo tampoco. Shake the disease Depeche Mode He sido engañado por la falsa sensación de comodidad que visita a tantos y tan a menudo que sus ardides se han convertido en una ley más fuerte que la de gravedad. Tienta encontrar un nicho que no esté muy oxidado para guarecerse de los terremotos, evitar la marcha sin brújula por los fangos desconocidos. Estas horas me han revelado que sólo cabe ser nómade. Recién hoy me doy cuenta de que prefiero extraviarme en la oscuridad antes de que comprobar, a plena luz del día, que mi nido se esfuma. Let there be more light Pink Floyd Los objetos muestran una rebeldía que sorprende. Las paredes se estrechan sobre la angustia hasta orpimirla. El pesar y sus vástagos se multiplican y se regodean. Ese papel que se cayó no quiero levantarlo. Se acaban los suministros de la despensa mejor provista. La noche se prodiga en ecos que se asocian al insomnio y a la factoría de los malos presagios. Y la mañana no acaba nunca de nacer. Desintegration The Cure Un crack, un click, un gong, un bang, un ring, un paf, como si de un inventario de infamias se tratase recuento las señales del afuera que me impiden dormir. Ha de ser un facilismo de mi parte. Me debato entre tantas persecuciones absurdas que resultan estériles mis intentos de interponer excusas demasiado elaboradas. Blue Jean David Bowie Una de las cosas que más me fastidian del invierno es su hostilidad hacia las minifaldas. Podrá refutárseme alegando que el voyeur puede satisfacerse con la contemplación de las damas empantalonadas. No puede desconocerse las bondades de algunos avances de diseño en la industria textil. Digo algunos porque apenas una porción de esos cambios son saludables. El auge del tiro bajo, de los colores que atentan contra la paz del sentido de la vista y la proliferación de ornamentos tan minuciosos como distractivos por caso, intentan -muchas veces con éxito- socavar las bases del buen gusto. No obstante, el obstáculo de las camperas y de los sacones no cederá hasta que vuelvan los primeros calores. Little wing Jimmy Hendrix La quietud que albergo dentro de mí es por completo involuntaria. Se la debo ciertamente a un abandono del que soy víctima. El ser humano íntegro padece (o goza de) la pugna de dos fuerzas contrarias, las alas con que vuela sobre estos campos. Por pereza intelectual podríamos designarlas como fe y razón. Una de ellas me ha traicionado. Y no sé con certeza a cuál de ellas echar las culpas. When I look at the world U2 Los cazadores de milagros están de parabienes después del derrumbe. En las fotos del diario de ayer veo puedo ver lo que me pasará mañana. Habrá sido abolido el tiempo? O soy yo el que se ha escindido del devenir que alterna días y noches como victorias y derrotas. Podría no importarme nada, pero me niego a ser como los que tienen la sartén por el mango. Estupidez, resignación, apatía o todo eso junto; no soy bueno para los nombres.

sábado, mayo 08, 2004

TERAPIA ALTERNATIVA Rompí el boceto de una novelita autobiográfica, es decir, demasiado autobiográfica. Cada personaje tiene algo del dibujante, a veces mucho, a veces poco; pero cuando tiene demasiado del autor es un caso patológico. La historia tenía final trágico, el que corresponde a las historias de amor. Me asustó la pesadilla. Me gustó no contársela a nadie.

GARAFFITI INDELEBLE Estuve pensando en tatuarme un patronímico en mi epidermis. Considerando que tatuarse implica tomar una decisión por el resto de la vida y las consecuencias que de ello se derivan, colegí que el amor es cuestión de caracteres: han de ser pocas las letras del nombre del ser amado para reducir el perjuicio en caso de arrepentimientos, si es que uno decidiera hacer de ese nombre un objeto del tatuaje. Uno es dueño de sus acciones y esclavo de sus arrepentimientos.

FRACTURA EXPUESTA Eráse un país raptado por una horda de mutantes analfabetos. Los años se van más rápido que los minutos. Los secuestrados duermen y en sueños aman a sus captores. Todos menos uno. Uno, insomne, que mira el techo, cierra los ojos y cree que escribe con un lápiz blanco en medio de la noche. Al abrir los ojos inunda sus retinas una estela, un hilo, un átomo. Ese.

DREAM MANAGER Quise ser feliz pero había extraviado el recetario en el que conservaba las mágicas formulas. Quise suponer que alguien me lo habría escondido, pero viviendo solo debo asumir la paternidad de la culpa. Me conforta saber que ahora tengo algo qué buscar, aunque es casi seguro que jamás se me extravió. Debo haber soñado que existía una invención de utilidad semejante. Tal vez lo hice a propósito de tanta sugerencia que no hallo dónde guardar. Así las cosas, denunciaré que se traspapeló un sueño en una dependencia administrativa que no opera como debe.

SUITE KAFKIANA Ultimamente escribo para desatormentarme. Vivo en medio de una serie de malentendidos que cualquiera calificaría de kafkianos, incluso los que no leyeron al flaco de Praga. Dicen que él montó un personaje, que en realidad no le pasaba nada de lo que cuenta la leyenda. A mí, por el contrario, me abandonan las angustias cuando las escribo. Quiero decir mientras las escribo, que no es lo mismo. Me creo que soy un personaje, y a él le pasan las calamidades, que cesan cuando pongo el punto final y todos contentos. Pero cuando me abadona el lápiz me persiguen fantasmas que me muerden los talones si pretendo emprender la retirada, me estrujan los sueños, el esfínteres, lo poco que me queda de razón.

MAKE DOWN Las mujeres suelen valerse hasta el hartazgo de diversos métodos para multiplicarse sin perder su unidad. Qué sino herramientas para desembocar -eficazmente o no- en ese producto son las tinturas, los maquillajes, los antifaces que ilustran los catálogos de moda. Los hombres están obligados a llevar el mismo color de cara, de pelo, similar estructura de indumentaria; dicho de otro modo, deben alcanzar la ansiada multiplicidad de otro modo: allí nace la contradicción que censuran los exégetas.

gracias por todos los mensajes de aliento. mañana haré otro intento por ser feliz. hoy ya se hizo tarde. vamos yendo.

viernes, mayo 07, 2004

Algunas tardes me agarran malparado. No sé bien el modo de explicarlo, pero hagamos de cuenta que puedo hacerlo. Y de que ustedes forman un auditorio complaciente. Hurgo entre las cosas que tengo a la vista como si pretendiese que alguna de ellas me dijera cuándo fue el preciso momento en que me orinó una manada de elefantes. Y en la selva de artificios que me rodean me detengo por un segundo y me convenzo de que todos ellos forman un arsenal, otra forma de memoria. Para ser concreto debiera apuntar que esos objetos alguna vez, cada uno y por separado, han sido las armas o las huellas de un tiempo más apacible. Ya no forman un arsenal, salvo que por tal pudiera tenerse a los casquillos que alguna vez fueron balas, a los barriles de pólvora derrotados a manos de la lluvia, a las cantimploras llenas de tierra, los borceguíes agujereados y una bandera blanca, sucia, sangrada. El auditorio atento podrá preguntarse qué tendrá de apacible un tiempo en el que uno deba valerse de armas, escudos y demás utensilios bélicos. El que esto suscribe responderá con otro interrogante: ¿cuál fue la hora en que no vivimos en una guerra? Sea grande o chica, nacional o individual, étnica, política, romántica, siempre hemos estado con los nervios alerta y el gatillo pronto. ¿O es que alguien puede ufanarse de no estar exhausto de tanta noche de sueño de dientes apretados, de tensa espera o de feroz choque? En efecto, en las guerras individuales no se utilizan los procedimientos que enseñan las academias militares. Lógica consecuencia resulta que el herramental sea otro. Y que lo único que quede en pie de este abandono guarecido bajo estas paredes hediondas de humedad sean un aro, un bastoncito de azúcar, un cenicero, un papel arrugado que nunca quise leer y un vacío que ningún mortal puede concebir.
lo bueno de algunos encierros es permitir que apenas uno supera la puerta vuelve a vivir, si es que de ese modo puede llamarse a ver de nuevo el cielo ligeramente encampotado, las huellas del otoño y de los perros en las veredas, los baldosones flojos, los charcos y las señoras apuradas, que se va el colectivo y veinte minutos más yo no quiero esperar, querida. lo malo es el reencontrarse en el camino con el compañero que cobijó el invierno previo y tener que contarle que los atisbos de mejora eran espejismos y que falta poco para retomar la senda del paria, la que supone armar de nuevo el bolso, esta vez con un par de objetos más y emprender la caza de nuevos horizontes, de otras desventuras. lo terrible es que él también haya sido confinado a la siberia con las fieras y los otros condenados al remozado ostracismo. lo enfermante es que cambien las caras como si de un caleidoscopio se tratase, hoy fulano, mañana mengano, pero siempre lleven las riendas los ineptos. bueno sería que fueran ineptos y se quedasen en su casa, encamados con sus mujeres, mirando canales codificados o abanicados por bufonas que les laman los pies, si es que eso les devolviera la calma. pero la falacia de la igualdad de oportunidades no se fija en los prontuarios y los tipos que no sirven ni para sacar bosta al sol sean los que impongan la ley, y no hablo de los papeluchos que firman los legisladores (ojalá), sino de ese plexo normativo invisible, el de la (mala) costumbre. hasta cuándo me pregunta él. que sé yo, pienso, pero no le digo nada. y me vuelve a jurar que un día se va a sentar del otro lado del mostrador y la cosa va a marchar como debiera ser desde hace mucho, como nos enseñaron nuestros viejos, que mal que mal a nuestra generación le enseñaron algunos valores, y que somos más y no tiene más sentido prolongar la espera. corramos. se va el colectivo.

jueves, mayo 06, 2004

en uno de mis bolsillos suelo cargar con una constancia "que no acredita identidad" pero que señala que ya he oblado los veinticinco pesos que manda alguna disposición del estado garca. alguna vez le conté a una amiga extranjera que en Argentina nos valemos de un librito para probar nuestra identidad. efectivamente somos prehistóricos. hace unos años el estado garca, junto a Siemens, planeaba proveernos de unas cédulas, mucho más modernas, útiles para insertar en cuanta ranura pretendiera saber quiénes somos. mejor aun, en vez de tener anotaciones manuscritas (incluso con la malaletra del suboficial escribiente que atestigua el azar me eximió de ser conscripto), una banda magnética, ilegible para el escaso ojo humano, cargaría con todo dato útil para completar formularios en oficinas burrocráticas. pero eso es futurología. yo pagué los veinticinco pesos para que me hagan un librito nuevo, ya que extravié el mío en alguna borrachera maratónica. obviamente la elaboración del librito es artesanal, a medida de cada argentino. podría decirse que entre el tiempo que a mí me llevó reunir ese dinero (que me sobrase, en realidad, ya que siempre tuve otras prioridades) y el que depare la edición del mío, habrán de proveerme de una divina comedia, edición de luxe. o un decameron, aunque sea. no pido tanto. sólo me molesta una cosita: cuando me piden algún documento y muestro mi boleta de depósito nadie cree que me anotaron como Jorge Mayer. Yo me llamo veinticinco pesos.
Yo también odio repetirme. De esas repeticiones habrá estado cansado un lector que se dijo harto de mi candidez que, no obstante, se escudó en las sombras del anonimato. Quisiera decir otra cosa pero a mi escaso vocabulario he sumado un estado febril que se empeña en dejarme por el piso. Quizá desde allá abajo las cosas se vean un poco más diáfanas, pero ahí no quiero retornar. Para colmo de desgracias, la fiebre que me visita no se combate con analgésicos, con reposo con tecitoyalacama. Tampoco me devuelve la paz vaciar el cargador de improperios que tengo en la punta de la lengua. De qué serviría si el destinatario se agarra la panza para reír por temor que se le derramen los chinchulines. También me esfuerzo por creer que es una señal gritada al oído: volá de acá. Hiciste lo que se pudo. ¿No te cansás de darte el napio contra las paredes? Si no abrís los ojos a una realidad que se multiplica hasta abrumarte la suerte está echada. No me sale el papel de buen perdedor. Por eso mis reiteraciones no son un mantra sino una puteada contra un espejo mugriento, en el que apenas puedo verme.
nací a un sueño en el que, con un par de agujeros -de buen tamaño, eso sí-, tejía guantes. no eran demasiado útiles. no me guardaban del frío ni asían con la convicción de rigor.

miércoles, mayo 05, 2004

Qué extraño prodigio habrá visitado mi cama ese jueves espantosamente triste como todos los demás, pero un poco más aun, en que me dijeron que otro dejaba mis huellas en fangos que nunca tuve en mente visitar, no por cobarde -quien me conoce sabe que la cobardía la reservo para las grandes cosas-, al contrario, más bien puede decirse que se me ha encarnado la desidia y me entrego con desidia a mi destino. Esta vez la estocada me dolió en lo más profundo, quizá porque estaba lanzado en la carrera de ser un poco mejor y no podía ocultar la ligera satisfacción que me provocaba ver mi obra, ladrillo sobre ladrillo, erigida sobre el sólido cimiento que supone el empezar desde el cementerio de los galeones. Sé que no lo he soñado porque en sueños no se puede llorar. Sé que extendía mi mano pretendiendo alcanzar una mano ausente y que en esa ausencia algo de mí se separaba. El mendigo que fui volvía una y otra vez. Uno de mis ojos lloró.
¿Estás leyendo esto? Te extrañaba.
Me abochorna saber que nuevamente dije "no he sido yo". Otros pecan en mi nombre pretendiendo sacar alguna ventajas y yo cargo con las costas. Cuatro años han pasado ya desde que rodé cuesta abajo. Pocos saben, pocos toleran, pocos me perdonan los esfuerzos acumulados en ese tiempo de almanaques largos cuando la retirada era la tentación con forma de calor de hogar y regreso a los afectos perdidos. Y sin embargo preferí quedarme guacho. Y, guacho, enfrento agravios, siento opresiones que suman a las mías propias. Es demasiado.

tarea para el hogar

Escribir cien veces: No debo escribir cuando estoy rabioso.

martes, mayo 04, 2004

From: REDACTOR ESPASMÓDICO Sent: Monday, May 03, 2004 23:44 To: Redacción PATAGONIAN REVIEW Subject: No Subject MODUS VIVENDI Puede cuestionarse a este redactor en tanto sus escuálidas argumentaciones no se cimentan en el testimonio de los hombres más representativos de esta sociedad. No menos escuálido es el fundamento de mi defensa: creo que conociendo a los elementos marginales de un todo podemos aproximarnos al núcleo de ese todo. Se requiere ser muy analítico -y reside ahí una de las flaquezas de este estudio- de las características de los componentes y sus interacciones (Cfr.: Langefors, Teoría de Sistemas). En mi periplo por tranvías y bares dí por fin con alguien que declaró ser escritor aficionado. En otras palabras, el tipo dice de si mismo que escribe pero no es acogido amablemente por el aparato editorial y debe dedicarse a mendigar otros empleos, cuando no entregarse llanamente a la caridad de algún desconocido. En su despesperación quiso mostrarme alguno de sus textos. Fui reticente hasta el desprecio luego de oír algunos de los títulos. Alegué, en defensa propia y de esta sociedad enferma, que esos títulos casi obscenos son un monumento a la vulgaridad y que de ligereza y vulgaridad están colmadas las avenidas que transita la gente de a pie. La escritura, la noble escritura, prefiere las calles laterales, las poco iluminadas. Son ellas las que deparan misterios y dificultades. El resto es tan llano que a nadie se le ocurre artístico ni valioso. Recordé, no sé bien por qué razones, a ese pequeño escritor que dijo que sentiría que toca el cielo con las manos cuando alguno de sus cuentos integraran algún libro de textos escolares. Pudo concretarlo en vida. Supongo que eso lo depositó en las palmas de la parca. Hace algunos inviernos, mi hermano menor se regodeaba en los amplios conocimientos de geografía que le habían enseñado en la escuela. -Acá están las Malvinas -me decía a la par que señalaba con su dedo un punto en el medio del mar tan feo que pintan en los mapas-. Acá hubo una guerra, pero hace mucho; en la época del Cabildo. A algunos escritores los cubre el manto de gloria de integrar los textos escolares. De ahí en más no son personas, son sagrados, etéreos, una página en las antologías. Mi buen amigo nunca llegará a ese olimpo, y aunque le duele de hambre el alma, me vale más una mala vida que los laureles que coronan la muerte.

lunes, mayo 03, 2004

From: REDACTOR ESPASMÓDICO Sent: Monday, May 03, 2004 21:44 To: Redacción PATAGONIAN REVIEW Subject: No Subject La obra pública no se mueve demasiado y el personal comienza a estorbar. Quizá a esa razón tan poco romántica deba la breve nota de hoy. GRAFFITI Ducunt volentem fata, nolentem trahunt decía la inscripción en un muro. Decía pero ya no dice: hoy lo blanqueó un servidor de la corona. Si ha de existir un destino inexorable bueno es que las almas sencillas no tomen nota de ello. De lo contrario, ¿cuál podría ser el motor de las buenas acciones? El redactor prefiere pensar que no estamospredestinados; lo enamora la idea de que es la dramática pequeñez del individuo la que desalienta la esperanza. Librando carreras irreales, dejando que los puños resignados vuelvan a ser manos que aspiran al cielo, amuchando las vanas intentonas dispersas, podemos blanquear los paredones insolentes. Que no se detenga el cincel, que el temor no nos encuentre indefensos, que detrás del antifaz siguen existiendo las musas y que esta tristeza es sólo una invitación -que acaso no haya otro modo de formular- a que superemos los abismos que habitan allí donde no puede entrar la luz de las farolas. (*) N. del R.: Según Rabelais "El destino conduce al que lo consiente y obliga al que lo rehusa".
mi vida es juntar retazos de lo que alguna vez ha sido. ayer tenía unos garabatos escritos en un papel. el papel estaba prolijamente doblado en el bolsillo de un pantalón. el pantalón fue a dar con un lavarropas que sabe poco de fine arts. de manera que si me cabeza despeinada hoy lograr recrear la idea muerta a dentelladas por un objeto que prodiga confort, volveré -eso considerando que pude haberme ido-. por el contrario, si no doy con la muy pobrecita, hagamos de cuenta que ya he vuelto y que he dicho un montón de cosas, buenos días, sólo por dar un ejemplo. no me va bien reciclando ideas. tal vez sea porque estoy más cerca de abrazar el destino de cartonero que el de pensador.